Teresa Margolles,
En el aire, 2003.
En la sala
principal del museo, burbujas de jabón son lanzadas al aire por náquinas y
rodean a todos los visitantes estrellándose contra sus cuerpos. Luego el
espectador se entera de que el agua con la que producen viene de la morgue y se
ha usado para limpiar cuerpos muertos por los narcotraficantes antes de la
autopsia.
Esta obra pertenece al ámbito de
las instalaciones porque reúne las características fundamentales de las mismas
que son la conquista del espacio circundante y la necesidad o invitación al
espectador a participar de forma activa en la obra.
Es fácil percibir que esta obra
pertenece al arte posmoderno porque rompe totalmente con el limitado concepto,
tanto del arte tradicional (que se ajustaba a la narrativa vasariana), como del
arte moderno, iniciado a finales del siglo XIX por artistas como Monet o
Cezanne, que centran su atención en la propia obra de arte, en su formalismo y
cuya excelencia fue ponderada contundentemente por Greemberg.
Aquí no estamos en un museo
clásico o una galería de arte, contemplando pinturas o esculturas que arrebatan
el espíritu por su belleza estética y formal. Aquí estamos ante una experiencia
artística politizada, comprometida con los problemas sociales. El mensaje
crítico de la obra parece evidente. En un principio el espectador puede
experimentar una sensación agradable, lúdica. Burbujas de jabón lanzadas al
aire por máquinas, estrellándose contra los cuerpos de los espectadores que se
desplazan por la sala, parece un juego divertido (como cuando éramos niños que
jugábamos con las pompas de jabón). Pero luego nos enteramos de que el agua
proviene de una morgue y esto nos desconcierta. El mundo de los muertos no
tiene nada de divertido, tiene que ver más bien con la tragedia y el dolor.
También nos dan otro dato importante: el agua ha sido utilizada para limpiar
los cuerpos de los muertos a manos de los narcotraficantes antes de la
autopsia.
Es fácil reconocer la pretensión
de Teresa Margolles con esta obra: producir el ‘punctum’, el impacto emocional
en el espectador (siguiendo los criterios de Barthes) para sacudirlo y sacarlo
de la amnesia colectiva en la que está sumida la sociedad o, en palabras de
Susan Buck-Morss, de la anestésica.
La pretensión política de la
obra es fácilmente perceptible. Plantea con toda crudeza el drama social y
político de las mafias de los narcotraficantes en América latina, sobre todo en
México, que cobran miles de muertos.
En este aspecto la autora se
alinea claramente con el movimiento artístico posmoderno que, con múltiples
lenguajes y desde una enorme diversidad de manifestaciones artísticas, trata de
encontrar el modo de producir una transformación social, de desarrollar una
estrategia que conlleva un cambio revolucionario. Manifestaciones artísticas
tan dispares como el arte minimal, conceptual, povera, land art, acciones y
perfomances, video art y Net art, etcétera.
Otra observación que podemos
hacer con motivo de esta obra es el papel que desempeña el espectador en el
arte posmoderno. Este arte está muy influenciado por las nuevas corrientes
filosóficas que surgen en el siglo XX, como el estructuralismo, el
posestructuralismo, el existencialismo o el positivismo, que producen un vuelco
en las ideas y los conceptos tradicionales (movimientos motivados
fundamentalmente como reacción a las enormes tragedias que conmocionaron el
mundo, supuestamente civilizado de occidente). Así, a la muerte del autor que
señala Barthes, sucede el papel protagonista del espectador que se posiciona
como un vector de la obra, de tal manera que ésta se activa y adquiere sentido
con la presencia del espectador que la interpreta. Acudimos a ver imágenes y
obras que nos esperan y al mismo tiempo llevamos con nosotros imágenes, nuestras
imágenes, ligadas a nuestras propias experiencias.
Examen de Últimas tendencias del arte
Uned, Gijón, 23-1-2018
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