Concepto
y método de la Metafísica
El
estudio de la Metafísica abarca una Ontología (teoría de las categorías, teoría
del ser en cuanto a ser) y una Teodicea (teoría del mal y del sentido), así
como la metodología a emplear en la época postmoderna; se trata de una
imbricación plural de algunos de los métodos clásicos, hermenéuticos,
dialéctico y estructural principalmente. Incluye también el estudio de los
cinco tópicos metafísicos esenciales: realidad, razón, praxis, mal y sentido.
El
sentido de la vida
La
cuestión del sentido de la vida tiene su primer planteamiento en relación con
la propia vida individual. La pregunta por el origen y el fin de la vida, su
significado, su justificación es una cuestión no solo teórica sino práctica que
afecta a todos los seres humanos.
Pero
esta pregunta solo se da en épocas de crisis, como la actual, en que la pérdida
de las grandes cosmovisiones, tanto burguesas como socialistas, nos ha llevado
a la abigarrada situación conocida como postmodernismo, en que las tablas de
valores se han multiplicado y banalizado hasta disolverse.
En
las sociedades tradicionales y en los momentos de tranquila evolución
histórica, la vida encuentra su sentido en las actividades cotidianas, regidas
por los valores de la comunidad, la clase o el estatus al que el individuo
pertenece.
La
vida cotidiana se rige por una serie de valores como el pragmatismo, la
imitación, la analogía, la hipergeneralización, etc., que dan lugar a un
entorno seguro en el que el sentido de nuestra actuación es claro. Pero la vida
cotidiana no puede por sí solo dar respuesta a la exigencia de un sentido para
la vida.
Heidegger
en ‘Ser y el tiempo’ analiza el mundo de la vida cotidiana como el mundo de lo
impersonal, del “uno”, en el que permanece el Dasein en tanto que “ser en el
mundo” y “ser con”.
El
“ser ahí”, en tanto que ser en el mundo público se relaciona con los demás a
través de las habladurías (cháchara), la avidez de novedades y la ambigüedad.
Esto último es básico en la cotidianidad y hace que aquello que parece claro y
comprendido no lo esté realmente. Para Heidegger la vida cotidiana es
inauténtica, sin sentido.
El
sentido de la vida en el existencialismo
Este
sin sentido de la vida será explotado por el existencialismo francés, tanto por
Sartre como por Camus. Para este último la escisión radical entre el hombre y
el mundo es la clave del absurdo y del sin sentido, pero esta escisión solo es
intuida en la vida cotidiana que nos mantiene adormecidos en tanto que no
pongamos en duda sus valores.
Tenemos
aquí otra vez la ambigüedad esencial de la vida cotidiana; parece dar sentido e
impide que uno se pregunte por el sentido en sí. Esta pregunta se plantea solo
en los momentos en que las metas propias de la vida cotidiana no se consiguen.
La
Escuela de Budapest
Para
Lukács y sus discípulos de la Escuela de Budapest es posible llevar una vida
con sentido si se es capaz de conectar con las objetivaciones fundamentales de
la vida humana: la ciencia, el arte, la filosofía y la esfera de la vida
política. Mediante esta ascensión la vida cotidiana deja de ser particular para
hacerse universal y de esta manera llegar a convertirse en auténtica.
Es
posible convertir la vida cotidiana en vida propia, en una vida para nosotros,
que nos proporcione la felicidad y que sea una vida sensata, orientada a la
transformación del mundo y de nosotros mismos en dirección a un
perfeccionamiento continuo de nuestra personalidad.
Lo
sacro como elemento productor de sentido
La
respuesta al sentido de la vida se buscó preferentemente en la religión. El ser
humano, al constatar la finitud de las metas humanas buscó el fin de su vida
más allá de las estrellas.
Los
mitos han servido como orientación y ordenación de un mundo que se presenta como
un caos. Al dividir la realidad en lo sagrado y lo profano se produce la
primera gran partición orientadora de la vida humana. Lo profano, el ámbito de
lo cotidiano tiene un sentido porque es la repetición, el producto de lo
sagrado.
La
donación de sentido religioso adquiere su máximo desarrollo con el judaísmo, el
cristianismo y el islamismo, en los que un Dios personal aparece como el garante
de sentido de la vida humana, hecha por Dios a imagen y semejanza suya.
La
religión como ámbito del sentido en Horkheimer
Desde
el punto de vista no creyente se puede recuperar la religión como ámbito de
donación de sentido. Así lo hace Horkheimer que afirma que la noción de bondad
no se puede separar del teísmo, si no se quiere caer en el positivismo.
Dios
es el último garante de la verdad, la bondad y la belleza y, al morir éste, quedamos huérfanos en un mundo en el que
ya no hay jerarquías valorativas, pero ahora somos libres para crear nuestros
propios valores.
Horkheimer
concibe una teología negativa como nostalgia de lo “radicalmente otro”, que no
puede justificarse racionalmente y que posiblemente no exista, pero que es
necesario para dar sentido a este mundo y poder fundamentar una ética.
La
respuesta ético-política al problema del sentido de la vida
Hay
una respuesta ético-política al problema del sentido de la vida, de una ética
humana en la que no falta el anhelo de una justicia perfecta. Esta respuesta
ética tiene dos modalidades: la heroico-aristocrática y la
democrático-comunitaria.
La
primera es una estilización de la “arete” griega, acompañada de estoicismo y
epicureísmo y ha tenido sus modelos en el hombre del Renacimiento, Goethe,
Lukács, Ortega, etc.
La
clave de esta ética es la construcción por parte del individuo de una
personalidad que desarrolla al máximo sus posibilidades físicas, intelectuales
y anímicas. Es una moral aristocrática de autoexigencia y autocontrol.
Nietzsche
defendió en ciertos momentos de su vida una moral de este tipo, denominada
moral del superviviente.
Esta
ética, si aspira a generalizarse e incluye entre sus valores la lucha por su
extensión a todos los hombres, se convierte en la ética
democrático-comunitaria.
Esta
ética fue el ideal de Spinoza que concibe la gloria como la construcción de una
comunidad de hombres sabios, libres e iguales, unidos entre sí y con la
naturaleza mediante el “amor intellectualis Dei” o amor a la totalidad del
Universo. Es la única manera de buscar un sentido a la vida que no lo tiene por
sí misma, sino que debe ser dotado de sentido por la actuación libre de los
seres humanos en su lucha conjunta por la liberación y la felicidad. (Es la
filosofía del “como si” de Heller).
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