Ante la campaña homófoba que
emborrona aún más la ya de por sí caótica situación del país, Cosme Cuenca, en
su columna del día 17, ‘¿Molesto si pregunto?’, se dirige a los expertos en la
materia (biólogos, sexólogos, etc.) para que, con su informado criterio,
arrojen luz sobre el tema. Sin embargo, cualquiera puede acceder a cualquier
manual de Ética para encontrar respuestas al respecto. Así, en uno de ellos
podemos leer:
“Las éticas aplicadas se
desarrollan en sociedades liberales y laicas. Sociedades en las que el Estado
se esfuerza en mantener una posición de neutralidad frente a las cuestiones que
afectan a la bondad o a la maldad de la vida humana. Fieles al precepto liberal
clásico, los estados liberales no hacen suya la obligación de moralizar a las
personas. Solo tratan de impedir que se hagan daño unas a otras. Consideran que
el ámbito privado le pertenece a cada cual y que ningún individuo puede
pretender que su concepción particular del bien sea aceptado por la
colectividad. Tratar de imponer una visión de la vida buena a los demás es
propio de los totalitarismos y de las religiones fundamentalistas. En un Estado
liberal, las religiones deben ser consideradas como un asunto privado, y no
tienen derecho a universalizar sus doctrinas morales”. Y sigue el texto:
“Precisamente, las doctrinas
morales religiosas han tendido siempre a no quedarse en un deseable nivel de
abstracción, sino que han querido descender a una casuística que moralizara
sobre determinadas prácticas. La obsesión de la doctrina moral católica por
normativizar los comportamientos sexuales es de todos conocida.”
Que después de 40 años de
democracia en este país estemos dándole vueltas a estos temas debería de
preocuparnos.
Gijón, 17-3-2014
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