En la catedral de Oviedo tuvo lugar,
el pasado día 8, el acto de la beatificación de los llamados mártires de
Nembra. Esta ceremonia, presentada como religiosa, tuvo marcadas connotaciones
políticas, pues escenificó un episodio de nuestra historia reciente
particularmente sensible para muchos españoles, porque aún supone, 80 años
después, una herida abierta que es preciso curar.
Y esta curación no tendrá lugar hasta que no
se escriba (y se acepte) la verdadera historia de lo que realmente pasó en uno
de los periodos más trágicos de la historia de España: la sublevación de una
parte del ejercito contra un régimen democrático y contra un pueblo que
aspiraba a subirse de una vez por todas al tren de la historia para salir del
pasado retrógrado y oscurantista en el que había permanecido sumido.
Las consecuencias de tal
desatino no pueden ocultarse por más que algunos lo intenten: una Guerra Civil
que se cobró miles de víctimas; un régimen fascista que esclavizó a los
españoles durante 40 años; y unas secuelas que, a día de hoy, se muestran de
múltiples maneras (entre otras la vergonzosa situación de miles de víctimas
republicanas que aún esperan recibir los honores que les corresponden por haber
dado sus vidas en la lucha contra el fascismo).
Decir que las víctimas de Nembra
fueron mártires “de la tormenta marxista” es una falsificación histórica, pues
descontextualiza ese episodio, toma una parte por el todo, y hace cierto el
dicho de que no hay mayor mentira que una verdad a medias. Los mártires de
Nembra fueron unas pocas de las innumerables víctimas que hubo en España
durante la guerra civil. Una guerra provocada por una sublevación militar
fascista, responsable en última instancia de una de las mayores tragedias
sufridas por nuestro pueblo.
Gijón, 17-10-2016
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