El batacazo que se acaba de dar
el PSOE era más que previsible y tiene fácil explicación. Durante años (desde
1979, fecha en que celebró su XXVIII Congreso) este partido lleva realizando
políticas social-liberales (ni socialistas ni socialdemocráticas), es decir,
renunció a su esencia: combatir al
capitalismo, aceptando la libertad sin control de los mercados.
Mientras la economía creció a rebufo de Europa, a este partido le fue bien. El problema surge cuando apareció la crisis, consecuencia precisamente de esa economía. Entonces se puso de manifiesto la desubicación del PSOE; se encontró con que estaba incapacitado para hacer frente a la crisis desde la izquierda y defender así a los trabajadores. Si bien tuvo ocho años, desde el inicio de la misma, para reubicarse, no lo hizo, tal era su inercia.
Mientras la economía creció a rebufo de Europa, a este partido le fue bien. El problema surge cuando apareció la crisis, consecuencia precisamente de esa economía. Entonces se puso de manifiesto la desubicación del PSOE; se encontró con que estaba incapacitado para hacer frente a la crisis desde la izquierda y defender así a los trabajadores. Si bien tuvo ocho años, desde el inicio de la misma, para reubicarse, no lo hizo, tal era su inercia.
Pedro Sánchez, que fue
secretario general elegido por la militancia en un intento de apertura, ensayó
el cambio para recuperar los orígenes, pero fue lamentablemente defenestrado
(la maniobra fue calificada por algunos de golpe de estado chapucero) por la
élite, las viejas glorias del partido, que siguen pilotando la nave.
El porvenir del PSOE es difícil
de saber, pero lo realmente preocupante es el grado de indefensión en que se
encuentra la clase trabajadora, verdadera víctima del sistema neoliberal
imperante. Queda la esperanza de Podemos.
Gijón, 28-10-2016
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