domingo, 11 de septiembre de 2016

Sócrates y los sofistas

Resulta un tópico afirmar que la cultura clásica griega es la cuna de la civilización occidental. Pero es sólo cuando uno se acerca a esa cultura cuando se da cuenta de hasta qué punto eso es así y cómo nuestro pensamiento y comportamiento son semejantes a los que tuvieron aquellas gentes a pesar de los 2.500 años transcurridos.
En el periodo histórico que duró aproximadamente 1000 años, desde que los milesios dieron el paso del ‘mito’ al ‘logos’ en el siglo VI a. C., hasta las postrimerías de la edad antigua, cuando el pensamiento helenista desapareció barrido por las hordas bárbaras, hay un momento particularmente importante donde el saber humano llegó a su cenit. Fue en Atenas, en la segunda mitad del siglo V, el llamado siglo de Pericles, cuando se produjo en la filosofía griega el giro antropológico, y fueron Sócrates y los sofistas los protagonistas indiscutibles del evento.
Y, como suele ocurrir en la vida, este fenómeno surge de la confrontación, del enfrentamiento, pues Sócrates y los sofistas, aún teniendo muchas cosas en común (estudian los mismos problemas, comparten la misma idea de la  bondad del hombre, su confianza en la razón o la necesidad de fundamentar la práctica política en bases racionales), presentan, no obstante, diferencias irreconciliables tanto en su doctrina como en su método.
Respecto a la primera, los sofistas se presentan como relativistas (de ahí el ‘hombre-medida’ de Protágoras en alusión a que todas las opiniones tienen el mismo valor) y como escépticos (siendo su máximo representante Gorgias para el que todas las opiniones eran falsas). Sin verdades de valor universal que nos sirvan de referencia, el objetivo que mueve a los hombres se centra en conseguir el éxito social y político, en base a la capacidad para convencer (por la oratoria preferentemente) y llegar así a acuerdos útiles para la convivencia (no hay que olvidar que en Atenas se había establecido la democracia). La verdad como referencia es sustituida por la utilidad.
Consecuentemente, el método que siguen es educar (paideia) a los ciudadanos en la virtud (areté), pero entendiendo por tal la capacitación para el triunfo político. Los sofistas se presentaban, pues, como maestros del saber y cobraban por sus enseñanzas.
Por el contrario, Sócrates no cobraba porque no se consideraba a sí mismo un maestro; es más, afirmaba que era un ignorante (“Solo sé que no sé nada”) y, por tanto, quería aprender. Y ello era así porque, al contrario que los sofistas, Sócrates estaba convencido de la existencia de verdades universales y valores morales absolutos. Y tales saberes se adquieren, no imponiendo normas a otros como hacían los sofistas, sino mediante una actitud personal en la vida que consise en examinarse a sí mismo para descubrir en su interior el ‘logos’, el conocimiento del bien, la virtud y la justicia.
La verdad la lleva cada uno en sí mismo y tiene que descubrirla, decía. De ahí el programa de sabiduría que asume: “Conócete a ti mismo”, sacado de la máxima délfica. Que el hombre conozca a través de sí mismo es lo más importante. Cuenta para ello con un recurso poderoso, común a todos los hombres: la razón. Es mediante la misma como se alcanza la ciencia (episteme), tal como proclamó Parménides y no a través de los sentidos, como dijo Heráclito, por cuya senda solo se llega a la opinión (doxa).
Con tales planteamientos filosóficos resulta comprensible el extraordinario comportamiento que tuvo tanto en la vida como en la muerte, lo que hizo de él el filósofo por excelencia. Sócrates dedicó su vida a investigar la condición humana, tratando de convencer a sus conciudadanos para que le acompañasen en la búsqueda de la verdad, a fin de llevar una vida virtuosa y feliz que sirviese a su vez como fundamento para organizar la ciudad de forma justa (para Sócrates el Estado y el individuo van indisolublemente unidos). Su teoría filosófica moral es el ‘intelectualismo moral’, en la que el saber y la moral coinciden.
El método que utilizó para convencer a los atenienses fue el de la ‘maiéutica’ o diálogo socrático. Ejecutaba éste en dos fases. Una primera, la ‘erística’, en la que con hábiles preguntas hacía que su interlocutor se contradijese y reconociese su ignorancia, para en una segunda fase, la ‘maiéutica’ propiamente dicha, ir excluyendo la relatividad y parcialidad de las opiniones particulares mediante un diálogo razonado, buscando aquello en lo que todos coinciden. El acuerdo al que se llega (la definición) adquiere rango de valor universal y ése será el concepto que habrá que tener en cuenta.
Como es bien sabido, el vencedor de esta disputa fue Sócrates por mor de los dos mayores genios de la filosofía universal que le sucedieron: Platón y Aristóteles. Afortunadamente, pues, de no haber sido así, el mundo habría quedado privado del pensamiento más excelso jamás alcanzado por el hombre.
Esta lección de la historia, que hemos recibido de la mano de Sócrates y los sofistas, creo que tiene especial interés en la actualidad, porque, conducidos por el postmodernismo, se está imponiendo de nuevo el relativismo y el escepticismo de los viejos sofistas.
          

            Examen de grado en filosofía
Historia de la filosofía antigua II (8-9-2016)

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