
La crisis se manifiesta en
muchos ámbitos, pero quizá el más grave es el relacionado con el conocimiento,
por lo que supone de pérdida de referencias culturales y morales. Si hemos
matado progresivamente a la metafísica, a Dios, a la Razón , al hombre, a la
nación…, y si hemos perdido las cosmovisiones que históricamente han ayudado al
hombre a encontrar el rumbo, ¿qué nos queda? Sin duda la ciencia y la
tecnología que se hacen omnipresentes. Pero, ¿puede la ciencia legitimar el lazo
social?, ¿puede generar los valores morales y éticos que proporcionaban los
metarrelatos? Éste es el difícil reto al que se enfrenta Lyotard en el presente
trabajo.
Para ello analiza
la manera en que la sociedad moderna, que sigue los criterios de la
racionalidad surgidos de la
Ilustración , hace frente a los notables cambios producidos en
los últimos tiempos, motivados sobre todo por el extraordinario desarrollo de
la tecnología informática. Y encuentra graves disfunciones que se manifiestan
en el lenguaje (los juegos de palabras).
La filosofía del lenguaje de Wittgenstein
Efectivamente,
apoyándose en la filosofía del lenguaje de Wittgenstein, que establece que “la
totalidad de las proposiciones verdaderas constituye la totalidad de las
ciencias naturales”, y que “al igual que entre los hechos, entre las
proposiciones no existen jerarquías”, Lyotard encuentra que la modernidad
cometió el error de entremezclar y superponer una determinada categoría de
enunciados, los prescriptivos (que tienen
sus reglas específicas) a los demás (con reglas de juego distintas), entre
ellos los denotativos que rigen el
campo de las ciencias. Los enunciados prescriptivos a los que se hace
referencia son los grandes relatos que, si en la antigüedad tenían un origen
mítico o religioso, en la modernidad adoptan la forma de redención de la
humanidad. El denominador común de todos
los relatos modernos es la pretensión de unir en un todo orgánico la vida física
y espiritual en su conjunto (a estos efectos, ver el escrito Lyotard: la naturaleza del lazo social).
La disociación kantiana entre conocimiento y ética
El otro filósofo en el que se
apoya Lyotard para elaborar su teoría es Kant. Éste fue el primero en separar
el conocimiento (sujeto cognitivo) de la ética (sujeto práctico), lo que
Lyotard llama el “héroe del conocimiento” y el “héroe de la libertad”.
Lyotard hace un
recorrido desde la II
República francesa, pasando por Fichte, Schleiermacher, Humbolt
y Hegel, autores en los que se ve la lucha de ambos proyectos y su tendencia a
la unificación de los dos héroes: un sujeto que por estar en posesión del
conocimiento está capacitado para su tarea ético-política. Pero fue kant quien
separó ambas esferas. Según este pensador –en palabras de Lyotard- “el saber
positivo no tiene más papel que el de informar al sujeto práctico de la
realidad en la cual se debe inscribir la ejecución de la prescripción. Le
permite circunscribir lo ejecutable, lo que se puede hacer. Pero lo ejecutorio,
lo que se debe hacer no le pertenece. Que una empresa sea posible es una cosa,
que sea justa es otra. El saber –continúa Lyotard- ya no es el sujeto, está a
su servicio; su única legitimidad (que es considerable) es permitir que la
moralidad se haga realidad. Esta distribución de papeles en la empresa de
legitimación le resulta interesante a Lyotard, porque supone, a la inversa que
la teoría del sistema-sujeto, que no hay unificación ni totalización posibles
de los juegos de lenguaje en un metadiscurso”. De aquí se deriva que la ciencia
juega su propio juego, no puede legitimar a los demás juegos de lenguaje.
La inconmensurabilidad de los saberes
A partir de estas
consideraciones, Lyotard proclamará la inconmensurabilidad de los saberes, que
se manifiesta en los distintos regímenes de frases y géneros de discurso que
operan en cada uno de ellos, los cuales no son trasladables sin grave perjuicio.
Como consecuencia de ello, el saber ya no fundamenta ni legitima el sistema
político y social que, no obstante, continúa tejiendo su discurso con la
retórica de la emancipación, de la libertad
y del progreso. Según Lyotard este hecho, unido al desarrollo
tecnológico y económico, provocaron las grandes tragedias del siglo XX (guerras
mundiales, totalitarismos, genocidios, etc.).
Legitimación de la ciencia por la paralogía
Lyotard propone en consecuencia
hacer una redefinición del saber que no encontrará nunca su validez universal.
Para él la ciencia postmoderna abunda en el paradigma de la inconmensurabilidad
y, lejos de obedecer a la también clásica legitimación por la performatividad
de su discurso, su eficacia, su rendimiento, su utilidad, los científicos
postmodernos se dedican a investigar la inconsistencia de su propio sistema y
de sus presupuestos. La nueva legitimidad científica se encuentra en la paralogía
(ver nota al final del escrito).
Cree que el riesgo que aún
existe en las sociedades informatizadas de quedar sumidas bajo un control
total, puede conjurarse mediante el libre acceso a la información, a los bancos
de datos por parte de todos los usuarios. De hecho, Lyotard cree que el
desarrollo informático ha llegado a tales niveles que los individuos quedarán
atrapados en un cañamazo de relaciones cada vez más complejas y móviles. Joven
o viejo, hombre o mujer, rico o pobre, siempre estará situado sobre “nudos” de
circuitos de comunicación por ínfimos que sean, situado en puntos por los que
pasan mensajes de naturaleza diversa. Nunca está, ni siquiera el más
desfavorecido, desprovisto de poder sobre esos mensajes que le atraviesan al
situarlo, sea en la posición de destinador (el que lo enuncia), o de
destinatario (el que lo recibe), o de referente (aquello de lo que el enunciado
trata).
Se apunta una
política en la cual serán igualmente respetados el deseo de justicia y el de lo
desconocido. La aniquilación del metarrelato universal a favor de lo local no
impide que existan millares de historias pequeñas o no tan pequeñas, que
continúen el tejido de la vida cotidiana (los juegos de lenguaje son el mínimo
de relación exigido para que haya sociedad). La legitimación no desaparece,
pero ya no será una y para todas las veces. Tampoco desaparece la idea del
consenso, sino la posibilidad de un consenso universal (tal como propone
Habermas).
Le différend
En 1983, Lyotard publica Le différend, obra en la que continúa el
desarrollo de su filosofía. Insiste en que la problemática radica en que el
lenguaje en general no existe. No hay un metalenguaje que sirva de regla
general por encima de los múltiples regímenes de frases y géneros de discurso
que instituyen la realidad plural del lenguaje. Lo que Lyotard denomina différend (diferencia o diferendo) es
precisamente el espacio que hace diferir a dos juegos de lenguaje sin
posibilidad de regla común.
Así, nuestro autor señala la
distinción que hay entre esta “diferencia” y un “litigio”. Éste resulta siempre
resoluble ya que el conflicto se establece entre discursos que se sitúan al
mismo nivel, o dentro de un mismo régimen, de modo que, al ser homogéneas las
proposiciones enfrentadas, cabe un arbitraje y una solución que no vaya en
detrimento de ninguna de las partes. Es posible el consenso y el acuerdo.
Distinta a un litigio, una diferencia es un caso de conflicto entre (por lo menos) dos partes,
conflicto que no puede zanjarse equitativamente por faltar una regla de juicio
aplicable a las dos argumentaciones. Ésta es la tesis básica de Lyotard. Se
trata de no confundir la diferencia con un litigio dando por supuesta la
posibilidad de consenso.
Las consecuencias de ello son
enormes, ya que resolver una diferencia como si se tratara de un litigio
supone, no infligir un daño a una de las partes, sino una “sinrazón, a saber,
el aplastamiento de la realidad diferencial del discurso del otro por el
discurso propio que le resulta por completo inconmensurable. Lo terrible de la
sinrazón es que es un daño del que no puede darse cuanta, ya que pertenece a
otro discurso. “A la privación que supone el daño se agrega la imposibilidad de
ponerlo en conocimiento de los demás y especialmente de un tribunal”.
Lyotard pone Auschwitz como ejemplo de la cuestión de Le différend; este
dramático hecho supuso un “conflicto discursivo” entre las SS y el pueblo
judío. “El eslabonamiento de la proposición SS con la del deportado es
imposible porque no pueden proceder de un mismo género de discurso. Ninguna de
ellas tiene un fin común. Al aniquilar a los judíos, el nazismo elimina un
régimen de frases en el que la marca está en el destinatario (Escucha Israel).
Entre el SS y el judío no hay ni siquiera diferencia en el sentido de
discrepancia, porque no tienen un idioma común (el de un tribunal) en el cual
un daño por lo menos podría ser formulado, aunque fuera en lugar de una
sinrazón”.
Amén del
holocausto, Lyotard aporta otro ejemplo esclarecedor sobre la diferencia: el
del animal que sufre y es incapaz de expresar el daño que se le hace, con lo
que automáticamente todo daño que se le inflija se transforma en sinrazón.
Comentarios:
Mi comentario personal es que,
si bien Lyotard acierta en buena medida con el diagnóstico del problema (la
existencia de unas élites político-financieras que controlan el poder de la
información y del conocimiento en nombre de la razón emancipadora de la
humanidad), falla en el tratamiento, que pasa por construir un nuevo tercer
imaginario filosófico-político, tras el primero configurado en el mundo griego
y el segundo en el momento constituyente de la Revolución Francesa
Me parece más acertada la
filosofía dialógica de Habermas y Apel (las llamadas éticas del discurso), porque
recuperan los valores humanistas que son el legado más valioso de la cultura de
Occidente. Ambos proponen el retorno a la tradición griega que subraya la
continuidad entre los problemas éticos y los políticos. La ética discursiva
está basada en el diálogo y el consenso dentro de una comunidad ideal de seres
racionales. La transposición de esta ética al ámbito de la política da lugar a
un sistema de democracia perfecta.
Habermas también
destaca por ser todavía uno de los defensores del proyecto ilustrado. Frente al
discurso postmoderno, eminentemente negativo y antiilustrado, Habermas defiende
el papel de la razón en la construcción de una sociedad más justa. Consciente
de la vinculación entre conocimiento e interés, Habermas propugna una
racionalidad de los fines y no solo de los medios y que subordine el interés
técnico al interés emancipador. Para ello, contamos con la acción comunicativa
entendida como diálogo racional entre iguales.
Paralogía:
método o proceso de razonamiento que entra en contradicción con las reglas
establecidas. Etimológicamente, significa más allá de la razón. Un paralogismo
o paralogía puede ser intencional, en cuyo caso se la llama falacia, o bien no
intencional y se la llama sofisma. En ambos casos, se trata de un falso
razonamiento.
El término se puso de moda en
1980 y su significado adquirió un matiz pragmático, gracias a Jean-François
Lyotard. La paralogía es para Lyotard una nueva jugada que, al entrar en
contradicción con las reglas establecidas, obliga al sistema a desplazar sus
límites.
El ejemplo
clásico en las matemáticas es el descubrimiento de los números irracionales.
(Antes de ellos los números consistían en los que podían expresarse como razón
de dos enteros). El límite (la frontera) de los números tuvo que desplazarse
para incluir los irracionales, dando lugar a los números reales. En el sentido
de Lyotard entonces, lo que hace progresar la ciencia y el conocimiento
individual es la paralogía. En un sentido más local y como principio de
aprendizaje, la búsqueda de la paralogía es lo que hará progresar nuestro
conocimiento: la paralogía sería la búsqueda de nuevos significados en la
información disponible, y lo que obligaría a desplazar los límites de nuestro
conocimiento individual.
Examen
de Grado en filosofía. Corrientes actuales de la filosofía II (5-9-2015)
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