
Ya en el siglo XIX, los
filósofos de la sospecha (Marx, Nietzsche, Freud) cuestionaron de diversas
maneras la ortodoxia de la filosofía clásica. Las corrientes filosóficas
posteriores como la fenomenología, el existencialismo, la hermenéutica, la Escuela de Fráncfort
fueron apartándose progresivamente del ‘ideal’, lo ‘absoluto’, lo ‘perfecto’,
hasta llegar a su punto más alejado: el existencialismo. Y es aquí donde se
sitúa Michel Foucault.
Colocado en el epicentro del
huracán ideológico de mediados del siglo XX, París, es comprensible que
Foucault haya fijado su atención en los límites de la sociedad: los locos,
leprosos, criminales, desviados, pensadores oscuros…, para, a partir de ellos,
tratar de subvertir lo establecido, lo conocido. De ahí su consigna: ‘pensar de
otro modo’. Ésa era la única condición de posibilidad para la creación de la
libertad.
Su obra reúne todos los
requisitos del estructuralismo (aunque él no se reconocía como tal); lo aplica
a la historia crítica del pensamiento. Así, encontramos en su pensamiento un
antihistoricismo (la historia sin sentido ni finalidad) tan exacerbado como su
antihumanismo (llegó a anunciar la muerte del hombre).
Para Foucault la historia de la
cultura está gobernada por las ‘epistemes’,
una suerte de ‘a prioris’ históricos
(inconscientes para sus usuarios), en cuyo interior y a partir de los cuales se
organizan los procedimientos cognoscitivos de las ramas del saber
correspondientes en un determinado tiempo histórico. Lo que le interesa es la
diferencia radical que separa los ‘epistemes’
de las diferentes épocas.
El libro, Tecnologías del yo. Y otros textos afines, es una muestra de cómo
Foucault aplica su ‘arqueología’ a las epistemes
de las distintas épocas para descubrir sus correspondientes modos de pensar. El
escrito recoge el trabajo desarrollado por Foucault en su etapa de profesor en
el Collége de France. En él profundiza en los archivos históricos para abrir
una nueva línea de investigación, la biopolítica, que él considera fundamental
para entender la manera en que los Estados modernos gestionan la existencia
biológica de las poblaciones.
En la primera parte del escrito,
Tecnologías del yo, Foucault verifica
cómo los modelos discursivos o epistemes
cambian en los sucesivos periodos históricos: la Grecia clásica (siglos V y
IV a. C.); el periodo helenístico-imperial (siglos II y III d. C.) y el bajo
imperio (siglos IV y V), dando lugar a distintos modelos culturales, estando
estos determinados por las relaciones y combinaciones de elementos diversos,
tales como: el ‘atrévete a saber’ lésbico; el ‘cuidado de sí’, la meditación,
el ascesis y el examen de conciencia de los estoicos; y la obediencia, la
confesión, el silencio, la exomologesis,
la exagonesis…, de los cristianos. En
este texto Foucault hace especial hincapié en dos aspectos: la sexualidad por
medio de la cual los individuos se objetivan como sujetos, y la relación entre
el ‘conócete a ti mismo’ y el ‘ocuparse de sí mismo’. Foucault descubre cómo el
predominio del primero sobre el segundo, debido a la influencia del
cristianismo, condiciona nuestro sentido de la moral, la teoría del
conocimiento y las ciencias humanas.
En la segunda parte del escrito,
Omnes et singulatim. Hacia una crítica
del la razón política, Foucault aborda el problema que se deriva de la
conjunción, en las sociedades modernas de un poder individualizador con un
poder totalizante. Para ello estudia la genealogía del poder, siguiendo el
rastro de dos tradiciones: la oriental del rey-pastor y del pueblo-rebaño, y la
de la ciudad/ciudadano que se daba en la Grecia clásica. Con el triunfo del cristianismo, la primera
prevaleció sobre la segunda hasta llegar a nuestros días. Este hecho se combina
con otra tradición que se originó en los albores del Estado moderno (siglos XVI
y XVII): la organización de la sociedad a partir de dos cuerpos de doctrina: la
razón de Estado y la teoría de la ‘policía’. De resultas de todo ello nos
encontramos en la actualidad con que estamos sometidos, por parte del Estado, a
dos poderes contradictorios: la individualización y la totalización.
La conclusión que saca Foucault es que la
liberación no puede venir más que del ataque, no a uno o a otro de estos
efectos, sino a las raíces mismas de la racionalidad política.
Comentarios:
Hago dos comentarios personales:
1. Creo que la influencia
histórica del cristianismo tuvo consecuencias negativas para la sociedad, al
menos desde una perspectiva democrática. De haber prevalecido el criterio
griego del ‘conócete a ti mismo’, vinculado al ‘cuidado de sí’, que llevaba
implícito tanto el diálogo para conocer la verdad y acceder a la virtud, como
el compromiso con la política, nuestras democracias estarían más desarrolladas.
2. Si bien la
filosofía de Foucault es útil porque sirve para conocer las determinaciones
históricas de lo que somos y poder así liberarnos de las ataduras individuales
y sociales (piénsese en el hegemónico neoliberalismo), creo que el hombre no
debe renunciar a ser el dueño de su destino, ni perder las referencia griegas e
ilustradas.
Examen de grado
en filosofía. Corrientes actuales de la filosofía II (5-9-2015)
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