El drama, que se visualiza estos
días en los medios, de miles de refugiados intentando asaltar el islote del
bienestar y la indiferencia de Europa, debería servir para remover nuestras
adormecidas conciencias. En mi opinión, pone de manifiesto, una vez más, el
grave error cometido por Occidente de emprender, sin la menor crítica, el
camino del neoliberalismo. Este sistema, que se hace pasar por democrático pero
que no lo es, porque las decisiones las toma una elite política-financiera
(aunque con la conformidad del pueblo), es responsable, entre otros males como
el ecológico, de las crecientes desigualdades entre las naciones desarrolladas
y las subdesarrolladas, así como entre los individuos del primer mundo.
Pero la respuesta a este
problema no es la caridad. La proliferación de oenegés y otras organizaciones
afines no combaten las causas, sino que tan solo mitigan los efectos. Es una
respuesta típica del neoliberalismo (en línea con la tradición católica), que
en realidad apuntala a éste. El verdadero instrumento con que cuenta la
democracia para enfrentarse a los problemas es la política (tomando ésta en el
verdadero sentido de la palabra). De ahí que el cambio demandado por muchos
pase por la regeneración de las instituciones para que realmente representen a
los ciudadanos; de ahí también la necesidad de interpretar los problemas en
lenguaje político. Se trata de construir un nuevo tercer imaginario
filosófico-político, tras el primero configurado en el mundo griego y el
segundo en el momento constituyente de la Revolución francesa. En otras palabras, se
trataría de recuperar la
Vieja Europa a la que se refirió hace unos días Luís Arias
Argüelles-Meres en un artículo hablando precisamente de este tema.
Gijón, 12-9-2015
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