sábado, 12 de septiembre de 2015

El drama de la inmigración


El drama, que se visualiza estos días en los medios, de miles de refugiados intentando asaltar el islote del bienestar y la indiferencia de Europa, debería servir para remover nuestras adormecidas conciencias. En mi opinión, pone de manifiesto, una vez más, el grave error cometido por Occidente de emprender, sin la menor crítica, el camino del neoliberalismo. Este sistema, que se hace pasar por democrático pero que no lo es, porque las decisiones las toma una elite política-financiera (aunque con la conformidad del pueblo), es responsable, entre otros males como el ecológico, de las crecientes desigualdades entre las naciones desarrolladas y las subdesarrolladas, así como entre los individuos del primer mundo.
Pero la respuesta a este problema no es la caridad. La proliferación de oenegés y otras organizaciones afines no combaten las causas, sino que tan solo mitigan los efectos. Es una respuesta típica del neoliberalismo (en línea con la tradición católica), que en realidad apuntala a éste. El verdadero instrumento con que cuenta la democracia para enfrentarse a los problemas es la política (tomando ésta en el verdadero sentido de la palabra). De ahí que el cambio demandado por muchos pase por la regeneración de las instituciones para que realmente representen a los ciudadanos; de ahí también la necesidad de interpretar los problemas en lenguaje político. Se trata de construir un nuevo tercer imaginario filosófico-político, tras el primero configurado en el mundo griego y el segundo en el momento constituyente de la Revolución francesa. En otras palabras, se trataría de recuperar la Vieja Europa a la que se refirió hace unos días Luís Arias Argüelles-Meres en un artículo hablando precisamente de este tema.


                                                          Gijón, 12-9-2015 

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