“Muchos
se han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás ni se ha
sabido que existieran realmente; porque hay tanta distancia de cómo se vive a
cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo que se hace por lo que se
debería hacer, aprende antes su ruina que su preservación: porque un hombre que
quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno, labrará necesariamente su
ruina entre tantos que no lo son. Por todo ello es necesario a un príncipe, si
se quiere mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no usar de esta
capacidad en función de la necesidad” (N. Maquivelo, El Príncipe, cap. XV,
Alianza Editorial, Madrid, 1982, Trad. M. A. Granada, pp 83-84)
Con esta frase Maquiavelo
critica duramente la visión optimista que los humanistas-renacentistas tenían
de la naturaleza del hombre y del poder, sobre todo la de los humanistas
cívicos del quattrocento.
Efectivamente, creían estos
pensadores que la eficacia en la gobernanza de la República debía ir unida
a la legalidad. Como ellos mismos decían, “el mejor gobierno es la honradez”.
Maquiavelo, que se consideraba a
sí mismo hijo, no de libros, sino de obras, tenía un concepto bien distinto,
por cuanto no creía en la bondad del hombre ni en la posibilidad de su
educación. De ahí que ponía el gobierno
del Estado en manos de un príncipe que, haciendo uso de la fuerza y de la
violencia si fuese necesario, antepusiese la eficacia a le ética.
La razón de tal postura hay que
buscarla en que Maquiavelo tenía una visión muy negativa del hombre. Para él,
el ser humano está dominado por las pasiones (egoísmo, ambición). Así había
sido a lo largo de la historia y así será en el futuro sin posibilidad de
redención alguna. Consecuentemente, las virtudes del príncipe tenían que ser
aquellas que garantizasen el orden y la seguridad de la República. Tales
virtudes incluían, aparte de la astucia, la prudencia y la fuerza, la capacidad
de mentir y faltar a la palabra dada. De no hacerlo, Maquiavelo creía que la República no sería
viable, por lo que el mal para los ciudadanos sería peor que el que pudiese
ocasionar un comportamiento poco ético.
Maquiavelo se opone así
frontalmente a los humanistas utópicos, como Tomás Moro o Erasmo de Rótterdam,
que, teniendo un concepto de la realidad menos optimista que los humanistas
florentinos, creían como ellos que no se debía gobernar sin tener en cuenta los
valores morales.
Resulta obvio que estas formas
de entender y ejercer la política tienen plena actualidad. De manera mas o menos
consciente, pero siempre ocultándolo, la mayoría de los políticos actuales
siguen comportamientos maquiavélicos; en el mejor de los casos diciendo lo que
sus potenciales votantes quieren oír, y en el peor mintiendo descaradamente. En
el fondo comparten la idea de Maquiavelo de que el pueblo no vive la realidad,
sino la apariencia y es ahí, es decir, en la ficción y la representación, donde
hacen la política.
Las consecuencias
de tal conducta saltan a la vista: nos invade la corrupción y la democracia queda
invalidada.
(Examen de Historia de la
filosofía medieval y renacentista II. Grado en Filosofía. UNED-Gijón. 8-6-2015)
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