(Texto escrito para ser leído en la comisión ‘Democracia y ciudadanía’
de la Conferencia
política del PSOE a celebrar los días 18 y 19 de abril en Gijón. No se me permitió
leerlo)
Existe un clamor en la sociedad
española exigiendo un cambio. Se puso de manifiesto cuando el 15 de mayo del 2011 miles de ciudadanos
tomaron las calles para manifestar su indignación, protagonizando uno de los
acontecimientos sociales más espectaculares de la reciente historia de España:
el movimiento de los Indignados o del 15-M.
¿Qué movía a los ciudadanos a
realizar esa acción desesperada? La constatación de que el Estado no daba
respuesta a los graves problemas generados por la crisis, aparecida tres años
antes; es decir, el Estado no cumplía su cometido de proteger los derechos de
los españoles, reconocidos por la Constitución de 1978. Artículos de dicha
Constitución, como el primero que define a España como un Estado social y democrático
de Derecho o el 35 que define el trabajo como derecho y deber de todos los
españoles, se habían convertido en papel mojado, al primar los intereses de los
ricos, de los poderes financieros, sobre los derechos de los trabajadores y de
los ciudadanos.
Esta realidad fue denunciada por
los Indignados mediante lemas tan elocuentes como: ‘No nos representan’, en
alusión a las instituciones, ‘Lo llaman democracia y no lo es’, refiriéndose la
baja calidad de la democracia o ‘Democracia real ya’, reivindicando más
protagonismo ciudadano.
Pasó el tiempo y no hubo
reacción por parte de las instituciones interpeladas. Ni partidos ni sindicatos
parecieron darse por aludidos, limitándose a desprestigiar a los manifestantes
(perroflautas, ácratas, inadaptados…), cuando no los ignoraron olímpicamente.
Ante esa falta de respuesta, los indignados se organizaron y crearon un
partido: Podemos, que trata de canalizar institucionalmente ese descontento y
hacer realidad el cambio que demanda el país: regenerar la democracia,
secuestrada hoy por los poderes financieros y devolvérsela a los ciudadanos.
Para ello hacen una lectura distinta y novedosa de la realidad: no ven ésta
como el clásico enfrentamiento entre izquierda y derecha, sino entre los de
arriba (los poderosos de siempre, que controlan el poder económico, político y
mediático y lo ponen a su disposición) y los de abajo (los parias también de
siempre, reducidos a meros consumidores y a la condición de mercancía, sin
poder alguno).
Ante esta situación ¿qué hace el
partido Socialista Obrero Español? Nada, quedarse quieto, si acaso algunos
cambios cosméticos, pero nada en profundidad. Así, es habitual escuchar los
mismos discursos autolaudatorios de sus dirigentes, que se atribuyen todo el
mérito de las mejoras que hubo en España, mientra cargan sobre los demás todos
los males. Pero no hace los cambios que las actuales circunstancias exigen: un
giro a la izquierda en su política, que transmita un mensaje claro a la
sociedad de que es capaz de liderar la alternativa al neoliberalismo que se
demanda, y una democratización interna que, dando más protagonismo a sus
militantes, se convierta en el foco regenerador de la democracia en este país.
Ambos cambios están íntimamente relacionados, pues difícilmente se puede hacer
una política de izquierdas si ésta no está protagonizada por los militantes, los
ciudadanos, el pueblo.
Que las cosas son así es fácil
de verificar a poco que observemos lo que pasa con las Casas del Pueblo.
Concebidas éstas como lugares de encuentro y debate para los militantes, donde
estos hacen uso de la única herramienta de que disponen: la palabra para hablar
y escuchar y ser escuchados, resulta que están vacías. Estas Casas del Pueblo,
donde los militantes aprendemos qué es la democracia, qué es el socialismo,
cómo es la realidad, cómo debe ser, qué
políticas hay que hacer para cambiarla, etcétera, están inutilizadas.
Sin embargo, no nos faltan
referencias para orientarnos sobre lo que hay que hacer. Contamos con una
experiencia más que centenaria de luchas, de fracasos, de éxitos, de errores,
de aciertos, de sufrimiento y de hasta heroicidad, pero sólo se hace referencia
a ella para justificar las políticas actuales. También contamos con mensajes
claros y actuales sobre cómo hay que ejercer la política. Pongo como ejemplo
dos frases del actual Secretario General, Pedro Sánchez:
“La política democrática es hablar y escuchar, proponer y recibir
propuestas, convencer y ser convencidos, criticar y recibir críticas. Eso cada
día, no cada cuatro años” y “La política es bidireccional. Debemos practicarla
hablando y escuchando, escuchando y respondiendo, en un diálogo permanente. La
finalidad no es simplemente dirigir, sino conocer, conectar, atraer, influir,
recabar y convencer”.
¿Creéis que se está practicando
esta política’ La respuesta, como quedó dicho más arriba, es no.
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