Las pasadas elecciones andaluzas
supusieron el pistoletazo de salida para un periodo que se prevé tan movido
como incierto. A nadie se le oculta que vivimos una época no sólo de profunda
crisis, sino de cambio de ciclo. Depende de nuestra capacidad para interpretar
adecuadamente la naturaleza de ambos, que alumbremos una sociedad mejor o peor.
Muchos españoles hemos vivido la Transición que
presentaba similitudes con la situación actual, por lo que podemos compararlas.
Aquel cambio se produjo también en medio de una profunda crisis, pero había
menos incertidumbre, pues parecía claro que se trataba de pasar de un régimen
dictatorial a otro democrático del que teníamos claras referencias en Europa.
La operación se hizo bien, lo que nos llevó a vivir el mejor periodo de la
historia de España. Hubo, sin embargo, un fallo en aquel proceso, una
interpretación equivocada de la
Transición : no supimos ver que la recién conquistada
democracia era una línea de salida, no de llegada. Así que centramos nuestro
afán en alcanzar el nivel material de nuestros vecinos europeos, descuidando
otros aspectos fundamentales para el desarrollo de la democracia como son la
cultura, los valores éticos, el compromiso político, etcétera. Como
consecuencia de ello nos encontramos ahora con una democracia jibarizada,
incapaz de dar respuesta a las crisis múltiples que nos asolan.
Ésta es, en mi opinión, el reto
al que nos enfrentamos: tenemos que aprender en un curso acelerado a ejercer la
democracia. El papel que deben jugar en este proceso los partidos políticos es
clave, de ahí la necesidad de su urgente regeneración. Pero, como no parecen
enterarse, surgen nuevos actores, nuevos partidos, en un intento desesperado de
acometer esta tarea.
Hay intelectuales clarividentes que
nos orientan con sus escritos como es el caso de Fulgencio Argüelles. Su
artículo en este diario, ‘Políticos sin política o el lenguaje del ruido’
(28-3-15), resulta esclarecedor.
Gijón, 10-4-2015
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