Estamos asistiendo estos días a
un recital de maquiavelismo político en la figura de la lideresa, Esperanza
Aguirre. Presentándose como abanderada del liberalismo, no es más que una
discípula aventajada de Maquiavelo. Pero no es la única.; son muchos los
políticos españoles que actualmente siguen los consejos que el pensador
florentino daba hace cinco siglos a los príncipes; es inexplicable si no el
hecho de que, para hacerse con el poder o mantenerlo, prescindan de los valores
morales más elementales, recurriendo a la mentira con la mayor desfachatez
cuando así lo requieren las circunstancias.
Justificaba Maquiavelo tal
actitud de los políticos en la negativa percepción que tenía de la naturaleza
humana. Las pasiones humanas, decía, arrastran a los hombres hacia el mal,
siendo ese comportamiento una constante a lo largo de la historia. De ahí
deducía que los príncipes (los políticos) no podían hacer de profesión de
buenos entre tantos malos, porque estarían condenados al fracaso. Eso sí,
recomendaba poner buen cuidado en “colorear bien las cosas y ser un gran
simulador o disimulador, pues la política es el juego de las apariencias”.
Ciertamente, si Maquiavelo
tuviese razón en sus planteamientos, estaríamos en el peor de los escenarios,
pero es evidente que estaba equivocado. Una prueba de ello es la deriva que
está tomando la política española: es el comportamiento maquiavélico de muchos
de sus políticos lo que está produciendo una atmósfera de corrupción inasumible
que es preciso cortar de raíz. Para ello contamos con otra versión de la
política más optimista. Es la que tenían sus contemporáneos, Erasmo de
Roterdam, Tomás Moro y demás humanistas del Renacimiento. Para ellos, las
virtudes debían ocupar un lugar central en la vida pública, siendo la honradez
la mejor política.
Gijón, 23-3-2015
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