Los dramáticos atentados
terroristas, como el perpetrado por fanáticos yihadistas contra la revista
satírica ‘Charlie Habdo’, ponen en valor una de las conquistas más valiosas
alcanzadas por la humanidad de la mano de la democracia: la libertad de
expresión. Afortunadamente, el mundo occidental, nuestro mundo, parece liberado
de la plaga de la intransigencia, aunque desde hace relativamente poco. Baste
recordar el holocausto judío en la primera mitad del siglo pasado o la aún más
reciente censura franquista.
Pero, siendo esta libertad
alcanzada un gran avance, dista mucho aún de ser todo lo satisfactoria que
debería. Me refiero a que no hacemos uso correcto de tal libertad. Por ejemplo,
es bien sabido que muchos medios de comunicación manipulan intencionadamente
las noticias. Pero hay otro problema más acuciante, si cabe: nuestra dificultad
para usar esa libertad a fin de entendernos. Generalmente, nos aferramos a
nuestras ideas sin movernos ni un milímetro; o por decirlo con una expresión
feliz de Sánchez Ferlosio, “nunca se convence a nadie de nada”. A este
respecto, también Einstein, que además de ser un genial científico fue
filósofo, nos alertó con una de sus célebres frases: “Es más fácil desintegrar
un átomo que un prejuicio”. Es decir, aún nos queda mucho camino por recorrer
en el mundo de la comunicación para alcanzar las cotas de civilización
deseadas.
Gijón, 17-1-2015
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