“Si insulta a mi madre, puede
esperar un puñetazo”. Esta fue la desafortunada expresión usada por el papa
Francisco en referencia al brutal atentado contra la revista satírica ‘Charlie
Hebdo’; y si bien condenó enérgicamente la matanza, esta frase culpabiliza de
algún modo a sus periodistas por ejercer la libertad de expresión sin límites.
Que sus palabras fueron
desafortunadas, es fácil de entender a poco que se considere que no es lo mismo
agredir de palabra que de acción. Si respondiésemos a puñetazos cada vez que se
meten con nuestra madre, pasaríamos la vida peleando, algo inconcebible en una
sociedad medianamente civilizada. A Bergoglio le convendría ver la película
‘Relatos salvajes’ para que aprendiese la lección de cómo la naturaleza humana
es capaz de introducirse en una espiral de violencia hasta el extremo de pasar
de un simple insulto (meterse con la madre de uno, por ejemplo) a acabar
matándose.
Pero detrás de estas
desafortunadas palabras hay un mar de fondo bien conocido: el endémico problema
que tienen las religiones monoteístas con la tolerancia. Podemos poner un
ejemplo de actualidad: los intentos por parte del Gobierno turco y la Iglesia española de
convertir, respectivamente, el museo de Santa Sofía en mezquita, y la mezquita
de Córdoba en templo cristiano.
Algo parecido puede decirse del
arzobispo de Oviedo, que respondió al ‘Yo soy Charlie’, coreado por millones de
voces en solidaridad con la revista, con ‘Yo soy cristiano, solamente’. Aunque
las expresiones son parecidas, el significado es diferente. En el primer caso
se defiende la libertad de expresión y la tolerancia como valores básicos de la
democracia y son, por tanto, derechos de todos. En el segundo se alude a un
derecho particular (aunque no se entiende muy bien lo de ‘solamente’),
respetable, sin duda, pero de naturaleza diferente. Es como decir, ‘yo soy
ateo’ o ‘yo soy catalán’.
Gijón, 25-1-2015
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