Existe la idea generalizada de
que tiene que producirse un cambio en la sociedad española que consiste en una
regeneración de la democracia, pero no se tiene claro el camino a seguir. En mi
opinión, el proceso puede responder al siguiente guión: primero, tenemos que
cambiar nosotros, los ciudadanos, en el sentido de asumir las responsabilidades
del compromiso político, por aquello de que la democracia es el gobierno del
pueblo. Este compromiso pasa por crear espacios –físicos- de diálogo, por
cuanto la manera en que el ciudadano participa en la política es con la
palabra; dichos espacios pueden ser las sedes de los partidos políticos (las
casas del pueblo). Aquí nos encontramos, quizá, con la mayor dificultad, pues
carecemos de la cultura del diálogo -no nos escuchamos unos a otros-.
El segundo paso es regenerar
(democratizar) los partidos. Como los actuales dirigentes no muestran voluntad
de hacerlo, deberá ser el pueblo, es decir, nosotros, quienes tengamos que
efectuar el cambio, siguiendo el criterio antes descrito. La participación
política ha de centrarse, en primer lugar, en definir, conocer, practicar y
divulgar el programa político (cada partido tiene el suyo); en segundo lugar,
en elegir a los candidatos más idóneos para ocupar los diferentes cargos en las
instituciones, y, finalmente, en controlar sus acciones -deben dar cuenta de
sus actos a la militancia-. La cultura adquiere una importancia capital para
realizar esta labor, por cuanto nos aporta la experiencia histórica necesaria
para la toma de decisiones. En definitiva, se trata de reducir algo el tiempo
que dedicamos a la vida privada para dedicarlo a la pública.
Sin duda esta
forma de hacer política resulta utópica, pero, como dijo Oscar Wilde, “El
progreso es una utopía hecha realidad”. No es imposible de realizar; solo se
requiere voluntad de hacerlo.
Gijón, 1-1-2015
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