La entrega de los premios
Príncipe de Asturias de este año puso de manifiesto que, desgraciadamente,
siguen existiendo las dos Españas. Una, representada por los que estaban dentro
del teatro Campoamor arropando al rey en la entrega de los premios. La otra,
representada por los que estaban fuera, manifestando ruidosamente su protesta. Las
diferencias se pueden apreciar tanto en el plano de la estética, como en el de
la ética y la ideológica.
Los de dentro hacían su
representación en un escenario imponente, ataviados con sus mejores galas, a
los sones de docenas de gaitas, bajo potentes focos luminosos y mediáticos,
siguiendo un guión cuidadosamente estudiado y discursos políticamente
correctos. Los de fuera vestidos de manera informal, rodeados de pancartas y
banderas, profiriendo gritos de protesta, sin luces, sin discursos, en la
sombra mediática.
Los primeros encarnan el poder
(económico, político, mediático, religioso). Los segundos representan a los
excluidos (parados, desahuciados, timados, empobrecidos). Los de dentro
rindieron pleitesía al nuevo rey al que, como en los viejos tiempos, consideran
el máximo protector de sus privilegios (sólo faltaba el símbolo de la Iglesia ). Los de fuera
reivindicaban la República
en la que depositan sus esperanzas. Los de dentro, en fin, parecen
identificarse con la España
del fraude, la corrupción, el pelotazo, las burbujas financiera e inmobiliaria;
los de fuera se identifican con las víctimas que no se sienten representadas.
Triste panorama al que hemos llegado después de 35 años de democracia.
Gijón, 25-10-2014
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