Esta etapa histórica, muy
crítica, por la que estamos atravesando recuerda en cierto modo a la época de la Transición. Hay
elementos comunes: la misma sensación de crisis generalizada, la pérdida de
referentes morales, el vértigo ante el futuro. Hay también diferencias:
entonces el horizonte aparecía más despejado y nos guiaba la esperanza. Se
trataba de conquistar la democracia, la cual era fácilmente perceptible en
nuestros vecinos del norte. Ahora estamos lastrados por el pesimismo, reina la
indignación y la confusión, y el horizonte no está claro.
La llamada Transición nos salió
bien; algunos la calificaron de modélica. La realidad fue que, a pesar de las
grandes dificultades y mayores sacrificios, conseguimos salir de un régimen perverso,
que anulaba las libertades, para acceder a la dignidad de la democracia. No
tenemos por qué pensar que hoy no podamos hacer el cambio necesario con igual
éxito. No se trata de pasar de una dictadura a una democracia como en aquella
época, sino de una democracia exhausta, amortizada (la liberal), a una real (la
republicana). Quizá carezcamos de modelos empíricos para el cambio, pero los
tenemos teóricos, normativos. De ahí la importancia que adquiere la cultura en
estos momentos. También contamos con la riquísima experiencia que proporciona
la historia. Y ninguna mejor que la de los ilustrados que, apoyados en el
conocimiento, condujeron a la humanidad por el camino del progreso.
Gijón, 15-11-2014
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