No existe en la actualidad una
teoría universalmente aceptada de lo que se entiende por democracia y de cuáles
son sus valores éticos y las reglas del juego por las que se rige, de ahí que
haya diversas versiones de la misma. A esta diversificación del concepto ha
contribuido el hecho de que en la ciencia política se profundizara la escisión
entre una perspectiva normativa y una perspectiva empírica en el estudio de los
fenómenos políticos y también de la democracia. Si la perspectiva normativa se
ocupa de ideales, de demandas políticas derivadas de una concepción de la
naturaleza humana y de una concepción de la libertad, la perspectiva empírica
analiza el funcionamiento de la democracia, de los sistemas políticos
considerados democráticos con el objetivo de descubrir los mecanismos de
diversa índole –social, política, económica, cultural- que permiten el
funcionamiento y la estabilidad del sistema. Desde una y otra perspectiva y
desde algunas que incluyen elementos de ambas, han surgido multitud de teorías
de difícil abarcabilidad. Sin embargo, a efectos prácticos, de cara a lograr
una aproximación a un problema de dramática actualidad como es saber qué
entendemos por democracia a día de hoy, podemos distinguir entre dos modelos
bien distintos, incluso antagónicos. Se trata de la democracia liberal y la
democracia republicana.
En líneas generales podemos
decir que la primera es la que hay en la actualidad y es defendida por la
derecha política, mientras que la segunda es la que debería haber y responde
más bien al modelo reivindicado por la izquierda, siendo los argumentos más
importantes en que se apoyan unos y otros los siguientes: los liberales son
realistas (empiristas) y dicen que “es lo que hay” y, consecuentemente, hay que
aceptarlo (el hombre es como es y no puede cambiar). Los republicanos son
teóricos (normativos) y dicen que lo que hay es malo y se debe cambiar. Creen
que el hombre puede mejorar mediante la educación y una política bien dirigida.
Así las cosas, es fácil deducir
que los defensores de la democracia liberal lo tienen más fácil que los
republicanos, por cuanto es más fácil conservar -cuentan con el enorme peso de
la tradición- que innovar -que supone ir contra corriente-. Los rasgos más
característicos de uno y otro modelo son:
Se fundamenta en la idea de
democracia que tenían Weber y Schumpeter, los cuales la reducían a poco más que
un método de elección de gobernantes, en el que destaca la lucha entre
reducidos grupos por triunfar en la elección. Este modelo de democracia se
enmarca en unas coordenadas teóricas que implican un determinado concepto de la
política y de ciudadano coherente con esa idea.
Estos planteamientos fueron
seguidos en los años cincuenta del siglo pasado por Anthony Downs en su libro An Economic Theory of Democracy (1957),
en el que el autor muestra poco aprecio por la doctrina normativa y aboga por
una “visión más cínica de la cosa”: el análisis de lo político tiene que partir
de la acción guiada por el interés particular. Downs traslada a su teoría de la
democracia las ideas de la ciencia económica.
En este sistema, pues, los
partidos (generalmente un sistema bipartidista) compiten entre sí con el único
objetivo de hacerse con el poder y lo hacen desde una perspectiva economicista,
es decir, a la manera en que las empresas compiten en el mercado para ganar
clientes. La única diferencia es que las empresas buscan compradores y los
partidos votantes. La política es concebida como un mercado y los votantes
(ciudadanos) se guían por principios de beneficio personal, es decir, votan a aquellos
líderes que les ofrecen más posibilidades de elevar su nivel material de vida
(para ellos y sus familias), entendiendo por tal una mayor posibilidad de
consumir. Estamos en la sociedad de consumo.
En este sistema la política se
reduce hasta casi desaparecer (se ve más como un engorro que como un beneficio)
y los partidos tienen carácter personalista, por lo que se valora mucho al
líder. Los militantes desempeñan el papel de seguidores o palmeros, con poco
protagonismo en el partido (nada de críticas). Los políticos se convierten así
en tecnócratas que gobiernan con criterios racionalistas (aprovechar al máximo
los recursos para obtener el mayor beneficio).
Los liberales valoran mucho las
tradiciones -por eso se dicen conservadores-, de manera que las religiones, los
nacionalismos, la propiedad privada, los privilegios, etcétera, tienen un papel
destacado. Defienden un concepto de libertad que se llama negativa que consiste
en que el individuo debe tener las menores trabas posibles para ejercer su
voluntad y su ideal de vida (hacerse rico, por ejemplo). De ahí el carácter
individualista de este sistema y que el papel del Estado se reduzca hasta un
nivel que apenas pasa de mantener el orden: el Estado gendarme. Los mercados
están desrregulados -el Estado no interviene en la economía- porque se
considera que así se genera más riqueza, dejándose a una supuesta ‘mano
invisible’ el reparto de la misma.
Efectos perversos de la democracia liberal
Las consecuencias de este
sistema están a la vista: entre otras, las desigualdades y las injusticias
sociales aumentan, generando el enriquecimiento desmesurado de unos, frente al empobrecimiento
absoluto de otros; la producción incontrolada destruye el medio ambiente; y los
individuos, sometidos al darwinismo social, se deshumanizan, porque, al poner
en el consumo el sentido de sus vidas, se vuelven egoístas e indiferentes al
sufrimiento de sus semejantes a los que consideran culpables de su desgracia
por no ser suficientemente competitivos.
Democracia republicana
Frente a la democracia de mercado,
la democracia republicana (también llamada participativa, deliberativa, fuerte,
etcétera) entiende la democracia, no sólo como un método de selección de
gobernantes, sino como un objetivo en sí mismo, como un valor en sí mismo. La
política tiene un papel preponderante en el ámbito de lo público y los
ciudadanos adquieren un gran protagonismo en la toma de decisiones, teniendo un
papel mucho más activo en las instituciones (partidos, sindicatos, etcétera). Los
valores y normas (leyes) por las que se rige la sociedad son las que los
ciudadanos deciden que sean y no las heredadas. La libertad es entendida como
positiva, que consiste en que se le da al ciudadano -a todos- la posibilidad de
participar en los asuntos públicos (la política). Los ciudadanos tendrán, por
tanto, más protagonismo en los partidos políticos, por ejemplo, asumiendo las
responsabilidades de la elaboración de la política (programa), elección de
representantes y control de los mismos. El papel del Estado adquiere más
importancia, pues debe posibilitar la participación de todos en la política,
equilibrando, por tanto, el poder económico de los mercados. Los defensores de
esta teoría coinciden también en pedir, junto a la ampliación de la
participación política, derechos sociales que completen la intensa relación que
ven necesaria entre el individuo y la comunidad política.
Este modelo de democracia
responde más a un objetivo, un ideal (una utopía) que a una realidad, de ahí la
dificultad que presenta. Para empezar requiere un tipo de ciudadano distinto al
actual, es decir, al consumista que conocemos, el cual, como queda dicho,
piensa y actúa con los criterios de la democracia liberal anteriormente
descrita. El ciudadano capaz de materializar la democracia participativa
-ciudadano republicano- ha de responder al perfil siguiente:
Perfil del ciudadano republicano
La participación en la
república democrática debe reunir la triple condición de ser reflexiva, crítica
y deliberativa. No es devoción ciega, adhesión incondicional ni emoción tribal.
El ciudadano republicano ha de atender a la vida pública cuidando de
informarse, mantener distancia crítica frente a los poderes y establecer
acuerdos que hacen posible la república justa y estable a través de una
deliberación abierta en condiciones de liberad y equidad.
Puesto que la libertad está
ligada a la ciudadanía, el republicanismo concede la mayor importancia a la
virtud cívica, que puede ser definida como disposición al ejercicio activo de
los ciudadanos a favor de la política y del interés público. Comprende la
prudencia, la integridad moral, la responsabilidad por lo público, la
disposición a la deliberación, la solidaridad y el valor cívico.
Críticas a la democracia republicana
que recibe la democracia republicana que se manifiestan en los siguientes términos:
Algunas
críticas giran en torno a la primacía que le da a lo normativo (teórico) con
abandono del conocimiento de la realidad existente, pues los ciudadanos son
como son y no como debieran ser. Se le critica, en definitiva, que no opera con
una visión realista del hombre y del ciudadano. No toma en consideración que el
ciudadano también quiera obtener el máximo beneficio para sus intereses y que
sólo en condiciones especiales esté dispuesto a seguir una actividad de
cooperación guiada por el bien común.
También se
vuelve a escuchar entre los críticos de la democracia participativa la objeción
que Tocqueville había formulado ante la democratización de la sociedad: el
aumento de la democratización aumenta el peligro del despotismo de la mayoría.
También se apunta que, en el caso extremo, se puede producir el despotismo de
una vanguardia social o ciudadana –que se proclame a sí misma como tal-, que
pretenda convertirse en un guardián permanente de los intereses de una clase o
de toda la sociedad.
Por otro lado se señala que la participación
democrática profunda se encuentra realmente ante un dilema: se espera una
participación intensa de los ciudadanos cuando éstos carecen de los requisitos
para poder llevarla a cabo. La participación ciudadana requiere un alto nivel
de información y de cualificación para participar adecuadamente en la formación
de la voluntad política y en la toma de decisiones que se propone, pero el
ciudadano ni dispone habitualmente de toda la información requerida para ello
ni la cualificación necesaria, pues el acceso general a la información sobre
las distintas propuestas sobre las que deliberar implica un coste elevado,
además de que ese coste no guarda una relación racional con el beneficio a
obtener de la participación política. En definitiva, los teóricos de la
democracia participativa exigen y esperan mucho más del ciudadano y del demos que lo que la situación presente
permite.
Conclusión
Es en este contexto donde, creo,
hay que dirigir la mirada hacia los ilustrados para retomar su sentido de la
vida, que no era el consumista de hoy, sino el saber, es decir buscaban la
felicidad no en la posesión sino en el conocimiento, de ahí la máxima por la
que regían sus vidas: ¡Atrévete a saber!
Bibliografía:
La democracia ayer y hoy
Ciudad y ciudadanía. Senderos contemporáneos de la filosofía política
Juan Manso
No hay comentarios:
Publicar un comentario