No sé si denominar gran farsa a
la situación política española es exagerado, pero da la sensación de que todos
estamos representando un papel que no nos corresponde, un papel equivocado. Por
un lado están los políticos que se muestran incapaces de proponer soluciones
válidas para la salida de la crisis. La explicación a tal impotencia puede
estar en que siempre han dicho al pueblo lo que éste quiere oír, porque esa era
la manera de conseguir votos que es en definitiva lo que les preocupa y mueve.
Es decir, son víctimas de su propio engaño. Por otro lado está el pueblo,
nosotros, que hasta ahora votábamos a los políticos en función de lo que
queríamos oír, lo que nos convertía en cómplices necesarios del engaño.
Porque, ¿Qué era lo que queríamos
oír? Mirando la historia reciente de España, podemos ver cuál fue su proceso
evolutivo. En los últimos 40 o 50 años, hemos pasado de estar en la cola del
mundo a ocupar posiciones de bienestar material próximas al primer mundo. Ello
pasaba por entrar en la
Unión Europea y aceptar los dogmas que imponía Bruselas para
lograr el desarrollo económico. Normas que se reducían a dos fundamentalmente:
la zanahoria del consumo (coches, pisos, viajes, etc.) y el palo de la
productividad (individualismo, competitividad, etc.). Nadie previó, ni los
políticos ni los ciudadanos, que funcionando sólo con esos móviles el batacazo
estaba cantado.
Ahora nos encontramos con que
nos faltan las perspectivas necesarias para resolver esta endiablada situación:
la perspectiva de la política (somos incapaces de traducir nuestros problemas a
lenguaje político) y la perspectiva democrática con sus valores y su filosofía
de la vida.
Gijón, 17-9-2014
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