La meteórica irrupción de
Podemos en el panorama político desata ríos de tinta tratando de analizar el
fenómeno. Las críticas son en general negativas y van desde la identificación
de Pablo Iglesias, su cabeza visible, con el populismo chavista hasta con el
fascismo de Mussolini, pasando por el terrorismo etarra o el comunismo
estalinista. Sin embargo, creo que pocas veces nos encontramos ante una
realidad tan fácilmente interpretable.
El fenómeno de Podemos surge
como consecuencia de que todos los partidos políticos tradicionales, tanto de
derechas como de izquierdas o nacionalistas, se muestran tan incapaces de
sacarnos de la crisis como lo fueron a la hora de prevenirla. El acierto de
Pablo Iglesias y el grupo de profesores de la Universidad
Complutense que lidera el movimiento consiste en que
acertaron a encauzar la frustración social que ya se puso de manifiesto en
2011, cuando los indignados tomaron las calles para denunciar que las
instituciones, principalmente los partidos, no nos representaban.
Por todo ello, este fenómeno no
puede más que interpretarse en clave positiva, por cuanto puede ser un
revulsivo que nos saque del callejón sin salida en el que estamos metidos.
Revulsivo en primer lugar para los partidos políticos en general que deben
regenerarse (democratizarse) y los de izquierda en particular que deben liderar
una alternativa eficaz que se oponga al neoliberalismo imperante. No parece que
se esté produciendo ni una cosa ni la otra. Revulsivo en segundo lugar para la
propia sociedad que debe salir del endémico apoliticismo y comprometerse con la
cosa pública. En la medida en que esto se produzca habrá alguna posibilidad de
cambio.
Gijón, 2-9-2014
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