Éste fue el eslogan político con
el que el entonces aspirante a la presidencia de Estados Unidos, Barak Obama se
presentó en la campaña electoral de 2008 y que le llevó finalmente a la Casa Blanca.
La primera consideración que se
puede hacer para un análisis antropológico de esta frase es que se inscribe en
el campo de la antropología lingüística. Pertenece al medio de comunicación más
genuino, a la vez que exclusivo, de la especie humana: el lenguaje.
Aparentemente, la frase no parece decir gran cosa: “¡Sí, podemos!”. Pero está
dotada de un gran contenido simbólico, que surge del contexto en el que es
empleada: la campaña electoral para la presidencia de EE UU.
El primer mensaje que salta a la
vista es que, por primera vez en Estados Unidos de América, un hombre de color
puede llegar a la Casa Blanca.
Este país sufrió segregación racial de
jure hasta la década de los 60 y, aunque a partir de la presidencia de
Lyndon B. Johnson fueron anuladas las leyes discriminatorias, sigue habiendo,
al menos de facto, discriminación
hacia los negros, sobre todo en los estados del Sur. También la frase encierra
la posibilidad de acabar con una de las etapas más negativas de Estados Unidos,
la era de Bush junior, que, además de meter a su país en una desastrosa guerra
en Irak, lo condujo a una grave crisis económica.
La frase representa un mensaje
sencillo, asimilable, que va directo al corazón, pues despierta emociones de
esperanza para lograr un mundo mejor. El uso de la primera persona del plural
como sujeto transmite la idea de que, al fin, el pueblo va a alcanzar su
soberanía. De hecho, traspasó las fronteras de Estados Unidos, tal es el hambre
de paz que hay en el mundo. Prueba de ello es que se le haya concedido a Obama
el premio Nobel de la Paz ,
sin ofrecer aparentemente más méritos que la esperanza que supone su
presidencia.
Otra observación antropológica
que se puede hacer a este eslogan es que pertenece al ámbito de la política y
ésta, cuando se practica en un régimen democrático, se convierte en el medio
más importante que tienen las sociedades para transformarse. Se pone aquí en
evidencia el enfoque de la antropología conocido como ‘teoría de la práctica’,
que reconoce que los individuos, dentro de una sociedad o cultura, influyen y
transforman a través de sus acciones el mundo en el que viven.
Creo que el eslogan responde a
los propósitos hasta aquí expuestos. Está en la línea del ‘otro mundo es
posible’ de los antisistema. No obstante, hay que mostrarse escépticos sobre su
capacidad real de transformación. La teoría del sistema mundial y economía
política, desarrollada por antropólogos como Wolf y Mintz, nos alerta sobre el
poder arrollador del sistema capitalista, que en su expansión imparable a
caballo de la globalización, amenaza con establecer su pensamiento único.
También enfoques más recientes
sobre cultura, historia y poder, que se apoyan en el trabajo de teóricos como
Antonio Gramsci y Michel Foucault, desarrollan el concepto de hegemonía para
referirse a un orden social estratificado en el que los subordinados acatan la
dominación mediante la internización de los valores de sus gobernantes,
aceptando como ‘natural’ la dominación.
Por otro lado, tanto Pierre
Bourdieu como Foucault sostienen que es más fácil dominar a la gente en sus
mentes que intentar controlar sus cuerpos. Las sociedades contemporáneas han
inventado diversas formas de control social, además de la violencia física.
Éstas incluyen técnicas de persuasión, coerción y dirección de la gente, y de
motorizar y controlar sus creencias, comportamientos, movimientos y contactos.
Redundando en este sombrío
panorama aparecen otros enfoques antropológicos no menos verosímiles, como el
de Leslie White que ve en la captura de energía la principal medida y causa del
avance cultural. Las culturas avanzan en proporción a la cantidad de energía
atrapada por cápita al año. El referente de Estados Unidos no deja lugar a la
duda con lo que aparenta ser nuestro trágico destino: avanzar a expensas de
agotar el botín de la naturaleza.
Curso: 1º de filosofía de grado
Uned. Gijón
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