jueves, 21 de agosto de 2014

Etnocentrismo, relativismo y religión: tres conceptos culturales


Peacock narra en el texto titulado ‘Método’ la experiencia que a nivel personal supone el trabajo etnográfico para los antropólogos, a la vez que relata con detalle las distintas fases que han de seguir éstos para realizar su labor: desde el generalmente difícil viaje preliminar al lugar de destino, pasando por la observación, descripción y la interpretación, hasta la comparación de la cultura particular, objeto de estudio, con otras culturas, comenzando por la suya propia, a fin de llegar a generalizaciones teóricas que permitan alcanzar el objetivo de la Antropología: conocer en toda su extensión la diversidad de la especie humana.
A modo de aproximación a esta difícil labor del antropólogo, comento a continuación tres textos relacionados con el etnocentrismo, el relativismo cultural y los símbolos rituales.

 Etnocentrismo, un universal cultural

En vísperas de incorporarse a un territorio del África Occidental para reanudar su trabajo etnográfico, la antropóloga Laura Bohannan mantenía una conversación con un amigo sobre el teatro shakesperiano. El tema, aparentemente culto y elevado –trataban sobre la interpretación de la obra de Shakespeare- en el fondo respondía más bien a una típica charla enmarcada en los parámetros del etnocentrismo: “Vosotros los americanos”, le decía el amigo, “soléis tener problemas con Shakespeare. Después de todo, era un poeta muy inglés, y uno puede fácilmente malinterpretar lo universal cuando no ha entendido lo particular”. A lo que la antropóloga replicaba con el tópico de que Shakespeare, uno de los mayores exponentes de la literatura universal, forzosamente tenía que ser comprendido en cualquier sociedad, pues representaba los valores y sentimientos eternos de la naturaleza humana.
En un entorno muy distinto, la tribu Tiv en medio de la selva africana, Bohannan estudia Hamlet y se reafirma en su tesis: “Hamlet tenía una sola interpretación posible y ésta era universalmente obvia”. Curiosamente, el azar la puso en la tesitura de verificar allí mismo la veracidad de sus convicciones. Los ancianos de la tribu le exhortan a que les narre la historia que venía recogida en el libro de Hamlet. La ocasión, efectivamente, se mostraba única: probaría sobre el terreno que Hamlet era universalmente comprensible y, con la mejor predisposición del mundo, comienza su relato: “Ayer no, ayer no, sino hace mucho tiempo, ocurrió una cosa. Una noche tres hombres estaban de vigías en las afueras del poblado del gran jefe….”. No hizo más que acabar de pronunciar la primera frase y ya estaba siendo interrumpida e interpelada por los ancianos.
Aquello marcó la tónica de lo que sería un continuo y desesperante corregir y reinterpretar el relato desde parámetros inverosímiles para nuestra antropóloga. ¡Aquélla mujer no sabía contar historias! ¡Lo malinterpretaba todo! Suerte tuvo Bohannan de encontrarse ante un auditorio benévolo y comprensivo: “Tú cuentas bien la historia, y te estamos escuchando. Pero está claro que los ancianos de tu país nunca te han explicado lo que realmente significa”. Al final fueron los ancianos quienes acabaron contándole a la frustrada antropóloga la verdadera historia de Hamlet. El epílogo del relato no puede ser más concluyente: “Alguna vez has de contarnos historias de tu país”, dijo el anciano envolviéndose en su raída toga. “Nosotros que somos ya ancianos, te instruiremos sobre su verdadero significado, de modo que cuando vuelvas a tu tierra tus mayores vean que no has estado sentada en medio de la selva, sino entre gente que sabe cosas y que te ha enseñado sabiduría”.

La lección de este trabajo etnográfico resulta evidente: demuestra que el etnocentrismo es un universal cultural. Todos estamos convencidos de que nuestra cultura es superior a las demás. Nuestras explicaciones, opiniones, costumbres, creencias, etcétera, son ciertas, correctas, adecuadas y morales. Vemos el comportamiento diferente como extraño y salvaje.
Creo que Laura Bohannan aprendió allí mismo, in situ, lo equivocada que estaba sobre su opinión acerca de la existencia de los valores universales de Shakespeare, y supo transmitirnos con esta bonita historia el inequívoco mensaje.  

Del relativismo cultural al entendimiento

El artículo antropológico, ‘Relativismo cultural’, de Michael F. Brown no responde al concepto de estudio etnográfico. Ni describe, ni estudia la cultura de ninguna sociedad particular. Entra más bien dentro del ámbito de la etnología en la medida en que parte de los estudios realizados en el terreno de la etnografía (incluyendo aportaciones de otras disciplinas), orientados hacia un tema concreto: el relativismo cultural.
Comienza Brown haciendo un breve recorrido por la historia de la antropología para mostrar las diversas actitudes de los antropólogos ante el relativismo cultural. En este contexto, sitúa la controversia entre el etnocentrismo y el relativismo cultural, dos posturas que, en sus extremos, son igualmente perversas. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la ONU en 1947, viene a dar una aparente solución al problema, al conceder a tales derechos el carácter de obligatoriedad para todos. Una solución que en la práctica sirve de poco, pues, entre otras cosas, es usada por Occidente para enmascarar sus pretensiones de dominio mundial.
Profundiza luego el autor del artículo en la naturaleza del relativismo. Diferencia entre tres categorías: el relativismo metodológico, el cognitivo y el ético. Sobre el primero hay bastante unanimidad: el método de suspender el juicio hasta que una creencia o práctica haya podido ser comprendida en su contexto total, es reconocido por la mayoría.
Más polémico resulta el relativismo cognitivo. Se debate en la actualidad sobre si, tal como defienden los relativistas, los miembros de sociedades diferentes viven en mundos de conocimiento diferentes e inconmensurables o, por el contrario, al decir de los universalistas, muchos rasgos de la cognición humana son universales, por lo que debería ser posible compartir los mismos valores. Una posición correcta ante este problema es la que establece que la semejanza radical resulta tan poco plausible como la diferencia radical, de ahí la conveniencia del antropólogo de adoptar una actitud flexible ante el problema.
No menor conflicto presenta el relativismo moral o ético. Se entiende por tal la apreciación de que los valores de cada pueblo son sui géneris y se autovalidan, por lo que el comportamiento de una cultura no debe ser juzgada con los patrones de otra. Fácil es comprender que esta posición, tal como ocurre con el relativismo cognitivo, además de justificar verdaderas aberraciones, nos lleva a la frustración en cuanto a posibilidades de entendimiento.
A esta postura se enfrentan las posiciones universalistas: descartando las provenientes de las religiones por carentes de lógica, la más seguida hace referencia a la existencia de una unidad psíquica de la humanidad, lo que se traduce en una moralidad común, un conjunto de principios de ley natural que se encuentran en todas partes, si bien en sociedades específicas puedan aplicarse de modo desigual o entenderse de manera imperfecta. A este respecto, hay muchos trabajos etnográficos (por ejemplo los estudios sobre prácticas de brujería) que demuestran que tales hipótesis son simplistas y, por tanto, poco verosímiles.
Si las versiones duras del relativismo son insostenibles y los principios de la ley natural de limitada utilidad, ¿a qué atenernos? Una respuesta verosímil a esta pregunta es la que aporta el enfoque denominado la ‘moral dialógica’ (sostenida por la filósofa Seyla Benhabib). Esta perspectiva contempla el hecho de que nos hemos vuelto moralmente contemporáneos y, por tanto, estamos atrapados en una red de interdependencias, por lo que nuestras acciones contemporáneas tendrán consecuencias de grave alcance, sobre todo para las generaciones futuras. Esta circunstancia crea una ‘comunidad de interdependencia’ que nos tiene que conducir necesariamente a crear una comunidad de conversación entre culturas. A pesar de los serios inconvenientes que Brown opone a esta teoría, se muestra esperanzado: “En conjunto, sin embargo, esta propuesta me impresiona como camino potencialmente productivo para repensar la moral de una manera transcultural, después de que tantos axiomas relativistas se hayan mostrado inviables”.
Es en este punto donde dejo el relato de Brown y paso a hacer mis propias reflexiones con vistas a encontrar una salida viable al difícil problema del relativismo cultural.
La antropología, a pesar de ser una ciencia holística que contempla la totalidad de la naturaleza humana, enlaza con otras disciplinas, entre otras, la Filosofía. Es a ella a la que recurro para buscar argumentos a fin de potenciar la validez de la teoría de la ‘moral dialógica’. Ya en el artículo comentado se cita a Kant (posiblemente por su concepto de un gobierno universal) y a Rawls (por su definición de la justicia, equidad o responsabilidad social). Yo acudiré a Sócrates y a Platón que, en los albores de la Filosofía, se enfrentaron al relativismo de los sofistas con argumentos que están en la base de la democracia: la ‘mayéutica’ o diálogo socrático busca encontrar la definición de la realidad por encima de las opiniones subjetivas, y el ‘mito de la caverna’ de Platón nos enseña cómo escapar de las percepciones engañosas que nos proporcionan nuestros sentidos y descubrir así la verdadera identidad de las cosas. Aristóteles, por su parte, definió los perfiles que habrán de configurar al ciudadano como miembro activo de la polis: el hombre, concebido como ‘animal racional’ y también como ‘animal político’, además de atribuirle la sabiduría como fin natural que guía su existencia. Todos ellos apelan a la razón como base de la convivencia en la creencia de que aquélla es una constante humana.
Ya en nuestro tiempo nos encontramos con filósofos tales como Habermas que retoman el diálogo como cauce para encontrar una ética compartida, situándolo en el centro de la convivencia democrática. Una democracia que nos ha de servir de referente para la política, ya que es el único sistema compatible con la dignidad del hombre.
Finalmente, cierro esta reflexión aludiendo a un enfoque de la antropología particularmente interesante: el configuracionismo. Su perspectiva de la naturaleza humana se aviene bien con la línea de pensamiento expuesta. Margaret Mead, su principal valedora, observó una característica del ser humano: la plasticidad de su naturaleza. Es en base a esta cualidad por lo que los patrones de enculturación producen diferentes tipos de personalidad y las configuraciones culturales. Y es esta percepción del hombre lo que permite valorar la cultura como una fuente poderosa que crea posibilidades casi infinitas para el progreso moral de la humanidad. Este hecho nos hace volver la mirada a la educación como medio eficaz con que cuenta el ser humano para su redención, con lo que nos reencontramos de nuevo con los grandes filósofos de la antigua Grecia, que colocaron a la paideia como centro de la ética y la política.

Los rituales religiosos como mecanismos de convivencia

El antropólogo Victor Turner, expone en su escrito ‘Símbolos en el ritual ndembu’ una interpretación de los símbolos rituales a partir de un trabajo de campo realizado por él en un poblado Ndembu de Zambia. Precisamente, es considerado como el máximo representante de la antropología simbólica e interpretativa. Turner vio en los rituales un mecanismo para deshacer, regular, anticipar y evitar los conflictos sociales. También reconoció nexos de unión entre la antropología simbólica y otros campos como la psicología y el psicoanálisis.  
El trabajo etnográfico que se expone en el texto se centra la descripción y análisis del nkang´a, un ritual que bien pudiera considerarse de tránsito, pues se realiza con motivo del paso de la niña a mujer. Esquemáticamente, el ritual consiste en que la novicia, envuelta en una manta, yace al pie de un árbol joven, el mudyi, mientras las mujeres de la tribu danzan en torno al mismo e inician a la núbil yaciente, haciendo de ella el centro del círculo que gira. Este árbol, que se caracteriza por exudar un látex blanco, ha sido convertido por los nativos en un símbolo. Representa, en primera instancia, el vínculo de la lactancia entre la madre y el hijo, el amamantamiento. Pero, en realidad el árbol de la leche representa bastante más para los ndembu: simboliza la matrilinealidad, el fundamento de la organización social de esa tribu y principio del que depende la continuación de la sociedad ndembu. Por establecer un símil conocido, su significado representa algo así como la bandera para un país. El árbol de la leche no solo representa los aspectos armónicos y benevolentes de la vida doméstica y tribal, sino también recoge aspectos de diferenciación, incluso de oposición social entre los componentes de la tribu. Ello es fácilmente reconocible en los diversos lances que se suceden durante la ceremonia y que Turner interpreta.
Define Turner el concepto de ritual como una conducta formal prescrita, no dominada por la rutina tecnológica, y relacionada con la creencia en seres o fuerzas místicas. También define el concepto de símbolo: “Una cosa de la que, por general consenso, se piensa que tipifica naturalmente, o representa, o recuerda algo, ya sea por la posesión de cualidades análogas, ya por asociación de hecho o de pensamiento”.
La experiencia descrita por Turner se enmarca dentro de un universal cultural. Se trata de la religión. El antropólogo Anthony Wallace la define como: “Creencia y ritual relacionados con seres, poderes y fuerzas sobrenaturales”. Lo sobrenatural no es accesible a la razón, pertenece al reino de la fe. Una de las funciones de la religión es controlar y canalizar las emociones de la gente en el sentido de procurar la cohesión del grupo y superar así los conflictos que aparecen en la convivencia en común. Los rituales transmiten información sobre los participantes y sus tradiciones. Repetidos año tras año, generación tras generación, los rituales traducen mensajes duraderos, valores y sentimientos en acción. La religión practicada por los ndembu podría inscribirse en el tipo comunal que es la propia de pueblos poco estructurados socialmente. Se caracterizan por sus rituales comunitarios de transición, tal como el comentado. Creen en varias deidades (politeísmo) que controlan diversos aspectos de la naturaleza.
Distingue Turner entre dos tipos de símbolos: los ‘referenciales’, que son de carácter cognitivo e incluyen la lengua oral, la escritura, banderas nacionales, etc., y los de ‘condensación’, al que pertenecen la mayoría de los símbolos rituales como el comentado. Este último tiene una fuerte componente emocional. Produce en la gente sentimientos de gozo, pertenencia y compromiso con su religión. Los símbolos referenciales pertenecen al dominio del consciente, mientras que los de condensación hunden sus raíces en el inconsciente. No obstante, Turner ve también en los rituales una componente referencial. En realidad se da una interdependencia entre los dos polos opuestos. Se mezcla lo groseramente físico con lo estructuralmente normativo. El ritual viene a ser como un mecanismo que convierte lo obligatorio en deseable. Dentro de la trama de significados, el símbolo religioso pone a las normas éticas y jurídicas de la sociedad en estrecho contacto con fuertes estímulos emocionales. En el ritual religioso, con la excitación social y los estímulos directamente fisiológicos –música, canto, danza, alcohol, drogas, incienso, etc.-, el símbolo ritual efectúa un intercambio de cualidades entre sus dos polos de sentido: las normas y los valores se cargan de emoción, mientras que las emociones básicas y groseras se ennoblecen a través de su contacto con los valores sociales. El fastidio de la represión moral se convierte en el amor a la virtud. Se puede afirmar que el símbolo ritual representa un compromiso entre la necesidad de control social y ciertos impulsos humanos innatos y universales de cuya completa gratificación se seguiría la ruptura de ese control.
Finalmente, Turner nos señala otra característica del fenómeno religioso no menos interesante. Los nativos ndembu solo perciben en el ritual los aspectos cohesivos, unitarios de la organización social de su tribu. No son conscientes de la componente negativa relativa al conflicto y las incompatibilidades que también están presentes en la ceremonia religiosa y que son representados mímicamente al pie del árbol.
Creo que las interesantes explicaciones de Turner sobre el ritual nkang’a de la tribu ndembu de Zambia nos ayudan a entender mejor el papel de las religiones en las sociedades en que vivimos. Puede responder, por ejemplo, la pregunta de por qué no se cumple el vaticinio del fundador de la antropología de la religión, Sir Edward Burnett Tylor, en el sentido de que las religiones comenzarían a declinar a medida que la ciencia ofreciera mejores explicaciones del mundo. El hecho de que no sea así, incluso que estemos asistiendo a un resurgir religioso, puede deberse a algunos de los motivos expuestos por Turner. También la base, más emotiva que racional con elementos enraizados en el inconsciente humano, sobre la que se fundamentan las religiones, puede darnos pistas sobre fenómenos de exclusión y fanatismo con que a menudo se muestran las religiones.

                                Curso: 1º de filosofía de grado

                                 Uned. Gijón 

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