Aristóteles, que, como se sabe,
forma junto con Sócrates y Platón el fundamento más sólido sobre el que se
levanta la cultura Occidental, nuestra cultura, tenía entre los múltiples
objetivos de su filosofía lograr sociedades que se estructurasen de la mejor
manera posible para garantizar una vida feliz a sus habitantes. A tal fin
consideraba imprescindible que se educase a los ciudadanos en los valores que
definían el sistema político en el que pretendían vivir. “Porque”, decía, “de
nada sirven las leyes más útiles, aún ratificadas unánimemente por todo el
cuerpo civil, si los ciudadanos no son entrenados y educados en el régimen,
democráticamente si la legislación es democrática y oligárquicamente si es
oligárquica”.
Hoy, dos mil cuatrocientos años
más tarde, nos afanamos en convivir en un sistema democrático que los propios
griegos crearon, pero percibimos, al menos muchos de nosotros, que los
resultados no son tan buenos como la bondad del sistema promete y nos
preguntamos qué puede fallar.
Parece obvio que lo que falla es
lo que con buen criterio apuntaba Aristóteles: no se socializa convenientemente
la cultura y la ética democráticas. Porque ¿a través de qué medios se
transmiten esos valores en la actualidad?
Todo este largo preámbulo viene
a cuento para justificar lo que digo a continuación. La Universidad Popular ,
con sus enormes recursos tanto financieros como pedagógicos podría y debería
constituirse en un potente cauce de transmisión de una cultura tal que formase
ciudadanos democráticos, es decir, con capacidad para entender por sí mismos el
mundo en el que vivimos y poder así asumir correctamente las responsabilidades
públicas que el sistema demanda.
Basta un simple vistazo al
programa de la UP
para comprobar que lo que allí se ofrece es un tipo de cultura que podríamos
llamar del ocio o de la utilidad, pero, salvo alguna excepción, nada que
responda a los criterios arriba señalados.
¿No cabría, por ejemplo, en la UP la tan traída y llevada
Educación para la
Ciudadanía ?
Gijón, 14-12-2008
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