No fue mi intención ofender a nadie (jamás se me
ocurriría escribir una carta con tal fin) cuando envié a El Comercio una
crítica sobre la actitud de los defensores del bable en Asturias, sino tratar
de poner las cosas en su sitio y abrir, si ello es posible, un debate sobre tan
importante asunto. Por eso agradecería a este prestigioso diario que, abusando
una vez más de su confianza, publicase la presente carta en contestación a la
replica de un bablista.
Primero, decir que me considero de izquierdas y que
es, por tanto, desde esa posición ideológica que planteo mis argumentos.
Segundo, no estoy de acuerdo con que la lengua
asturiana sea una realidad presente, pues yo nací en un pueblo de Asturias hace
ya bastantes años y eran contadas las palabras que se decían en bable, acabando
por perderse prácticamente.
Tercero, considero que es un error lanzar a la
sociedad asturiana a ese debate de las nacionalidades y las lenguas, porque
distrae la atención de lo verdaderamente importante que es la defensa de los
derechos de los trabajadores. El problema real no es que los trabajadores
asturianos hayamos perdido el asturiano como idioma, sino que perdimos la
conciencia de clase. Éste sí que fue uno de los efectos más perniciosos para
los valores de la izquierda que se deriva de la actual globalización. Como
sabrás, este concepto de clase no tiene que ver con ninguna nacionalidad, pues
es internacional y como máximo hay que atribuirlo a la cultura europea u
occidental, así como el resto de los valores tradicionales de la izquierda
tales como la solidaridad, los derechos, la igualdad, la dignidad, etcétera (a
propósito, para mí la dignidad contemplada individualmente va vinculada al
hecho de ser ciudadano, no de ser asturiano, y desde una perspectiva colectiva
se vincula con la sociedad democrática).
Cuarto, no es en los sentimientos de pertenencia a
una región, patria, raza, colectivo, etc. en donde hay que poner el acento,
sino en las ideas y éstas son universales, no tienen fronteras. No se trata de
debatir sobre quienes somos, sino sobre lo que tenemos que hacer. Y lo que hay
que hacer es defender la democracia como sistema de convivencia. Esto sí que
es, con mucho, lo más importante que nos arrebató la globalización, que, como
sabes, sitúa como centro del mundo a la economía y no al ser humano.
Quinto, lanzar a Asturias en la dirección del
regionalismo puede conducirnos a un verdadero lodazal como pasó en el País
Vasco. Por otra parte, las comunidades con fuerte implantación del idioma local
como Cataluña, Galicia y la propia Euskadi tienen gobiernos de derechas,
defensores, por tanto, del sistema neoliberal imperante. Parece que no se
corresponde regionalismo con antiglobalización.
Finalmente, yo creo que lo más inmediato que tenemos
que hacer los asturianos es dialogar más (pero en castellano, por favor, para
que nos entendamos todos), a fin de analizar a fondo nuestra crisis, buscar las
soluciones, que seguro que las hay, y, una vez puestos de acuerdo sobre ellas,
ponernos a trabajar duro, codo con codo, sin excluir a nadie. Son los partidos
políticos los que, en mi opinión, deben iniciar este proceso y debemos ser los
ciudadanos los que les demandemos esta responsabilidad.
Gijón, 15-9-2002
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