Se está cuestionando en los
últimos tiempos la forma en que se produjo la Transición española.
¿Fue tan modélica como nos la vendieron? La pregunta resulta pertinente debido
al grado de crispación política que se vive, agravado por la crisis económica.
La respuesta parece clara: no sé si fue modélica, pero fue la única que en
aquellos momentos pareció viable. Así lo entendimos la mayoría de los españoles
y así se hizo.
La causa del desconcierto y de
los males actuales no se deben a la Transición , sino a lo que vino después. No
entendimos, en mi opinión, que la Transición no era un punto de arribada, sino de
partida. Abría un camino que había que recorrer para alcanzar cotas más altas
de democracia. Ésta, como se debe saber, no es algo definitivo, acabado; es,
más bien, un referente, una utopía; se avanza o se retrocede. Y ahora nos
encontramos, 30 años después de iniciada la andadura, con que hemos
retrocedido.
Ya en la década de los 80
tuvimos un aviso en forma de desencanto, pero no se corrigió el rumbo.
Estábamos demasiado ocupados en incorporarnos a Europa y modernizar la
economía. Esto se hizo bien; España nunca alcanzó en su historia niveles de
bienestar material como los actuales. Pero se descuidó o se sacrificó la
educación en valores, la ética; se despreció la cultura. Cuanto más ignorante
es un pueblo, se pensó, más dócil; lo cual puede servir para el progreso
económico, pero no para el progreso social y la convivencia.
El Gobierno actual pretende
rectificar: Educación para la
Ciudadanía , Memoria Histórica. Pero es tal la golfería
política a la que hemos llegado, que se interpreta como un intento de
adoctrinar y resucitar odios. Si contemplamos nuestro calamitoso pasado, vemos
que la raíz del mal estaba en la ignorancia crónica. Las luces que iluminaban
Europa no traspasaron los Pirineos. Podemos estar repitiendo la historia.
Gijón, 7-5-2010
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