jueves, 21 de agosto de 2014

Terminal


(Comentario sobre una obra emblemática del arte posmoderno: ‘Terminal’ (1977) de Richard Serra. Puede considerarse una muestra del posminimalismo).

Cuando Richard Serra eligió la ciudad alemana de Bochum para colocar en el mismo centro su obra ‘Terminal’, no buscaba precisamente un espacio idílico o placentero donde situar una escultura que evocara paz y armonía espiritual. Todo lo contrario, tuvo muy en cuenta la situación de la ciudad en uno de los enclaves más industriales de Alemania, el distrito de la industria del acero del Ruhr, sumido en graves conflictos laborales. Las dimensiones de la obra, cuatro planchas trapezoidales idénticas de acero Cor-Ten, de cuarenta y un pies de altura, no buscaban identificarse con los edificios del entorno, a modo de adorno complementario, sino provocar conflicto, llamar la atención del paseante, interpelarlo para despertar su espíritu crítico. Y forzosamente tenía que ser así, al colocar el monumento en un lugar de intenso tráfico urbano; “los coches no se topan con él solo por un pie y medio”, en palabras del propio Serra.
Con todos estos ingredientes, la reacción del público no se hizo esperar: graffitis que identificaban la obra como un water o advirtiendo de la presencia de ratas, cartas a los directores de los periódicos locales protestando por lo feo y antiestético de la obra, etcétera. La polémica tomó tal cariz que se convirtió en objeto de batalla política en la disputa electoral entre los partidos de la democracia cristiana, partidario de quitar la escultura, y los socialdemócratas, firmes defensores de la misma.
Conviene destacar los términos en que expresaba sus argumentos el partido de la derecha alemana, porque refleja de manera inequívoca la reacción del sistema actual ante el fenómeno del arte posmoderno.
Niegan, en primer lugar, el valor simbólico de la obra que pretendía identificarse con la zona carbonera y acerera del Ruhr, porque, argumentan, “esta escultura carece de las cualidades esenciales que permitirían que funcionase realmente como un símbolo. El acero es un material especial cuya producción requiere gran habilidad y preparación tanto profesional como técnica. Virtualmente, este material tiene posibilidades ilimitadas para el tratamiento diferenciado, tanto de los objetos más pequeños como de los más grandes, tanto de las formas más simples como de los más expresivos y artísticos. Creemos que esta escultura no expresa nada de esto, ya que parece una viga torpe y medio acabada. Ningún trabajador del acero la reconocería positivamente y con orgullo”.
Dejando de lado la hipocresía de los demócrata-cristianos al pretender representar los intereses de los trabajadores del acero, en un momento en que éstos estaban sufriendo la política brutal de este partido, lo que interesa destacar aquí es que se apelara a que el arte público debe dotar a los trabajadores de símbolos a los que referirse con orgullo y con los que identificarse positivamente.
El tratamiento que se atribuye al acero, expresado más arriba por el CDU es correcto, pero la lectura que hay que hacer en este caso es que ese tratamiento lo que hace es enmascarar el acero hasta llegar a ser irreconocible por quienes lo producen. La obra de Serra rechaza de plano encarnar este simbolismo implícitamente autoritario. Por el contrario, Serra presenta a los obreros del acero el producto mismo de su trabajo alienado, sin enmascararlo con ningún simbolismo. Si ‘Terminal’ repele a los obreros y se burlan de ella, es porque han sido ya alienados de su trabajo. Aunque produjeran las planchas con que está hecho u otras similares, nunca las han poseído. Los trabajadores no tienen por tanto ninguna razón para enorgullecerse o identificarse con ningún producto del acero. Al pedir al artista que diera a los obreros un símbolo positivo, la democracia-cristiana le estaba pidiendo realmente que creara una forma simbólica de consumo, ya que el CDU en ningún caso desea pensar en el obrero como tal, sino como un consumidor.
Sin duda Serra pensaba en Marx, que había dejado dicho: “A todo capitalista, la masa total de los trabajadores, exceptuando los suyos propios, no se le aparecen como trabajadores sino como consumidores, poseedores de valores de cambio (salarios), dinero que intercambian por los bienes que él vende”.

                                                                              
                                                                              Curso: 1º de filosofía de grado

                                                                              Uned. Gijón

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