Para explicar la realidad se
pueden seguir dos caminos. Uno, conocerla, lo que supone esfuerzo, dedicación y
tiempo; otro, inventarla, algo que está al alcance de cualquiera, pues solo
basta tener imaginación. Ni qué decir tiene lo disparatado de esta segunda vía.
Esto último es lo que hace la
señora Martínez en su carta “Política y memoria”, en la que da su versión
particular e imaginativa de la realidad relacionada con la ley de la Memoria Histórica.
Afirma que la Iglesia
católica durante la guerra civil fue una víctima, lo que es cierto, pero omite
que también fue verdugo al justificar y apoyar activamente desde el primer
momento la sublevación militar contra el régimen legal y democrático de la Republica , lo que
originó tres años de cruel guerra y otros 36
de férrea dictadura. Precisamente, ese régimen represor (y en versión de
muchos historiadores genocida en los primeros años) se denominó
nacional-católico porque se inspiraba en la doctrina oficial de la Iglesia católica, que
monopolizó durante ese tiempo la educación de los españoles.
Cita al “historiador” Luís
Suárez para tergiversar el significado de la Memoria Histórica ,
pero cualquier persona bien informada sabe que este señor pertenece al grupo de
los llamados ‘revisionistas’ que se caracterizan por ser ante todo
propagandistas del anterior régimen, como quedó patente cuando en recientes
declaraciones afirmó que el Valle de los Caídos, el mausoleo que el dictador se
dio a sí mismo y a José Antonio Primo de Rivera, era el monumento de la
reconciliación de los españoles. ¿Cabe mayor desfachatez?
Gijón, 10-12-2008
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