miércoles, 13 de agosto de 2014

Sobre la ley de calidad


El tema de la enseñanza preocupa, con razón dada su importancia, a una mayoría de ciudadanos, por eso resulta conveniente abordar un debate que los políticos hurtan.
En la opinión de muchos expertos, opinión que comparto, se precisa una reforma de la enseñanza, aunque sólo sea por el progresivo deterioro en el nivel de conocimientos con que terminan nuestros alumnos los estudios de enseñanza obligatoria y bachiller. La Ley de Calidad aprobada por el PP trata, en principio, de cubrir esta necesidad, pero, aunque tiene aciertos indudables, el balance final es negativo hasta el extremo que, en mi opinión, la hace rechazable.
Acierta en introducir el criterio de que el estudio tiene poco de divertido, más bien, al contrario, requiere grandes dosis de esfuerzo y sacrificio, por lo que es necesario inculcar en los alumnos hábitos de trabajo, lectura, disciplina (tarea que recae fundamentalmente sobre los padres, dicho sea de paso). Corrige, así, la errónea idea tan en boga en los últimos tiempos de  “aprender jugando”. Consecuentemente, se modifica el sistema de evaluación de los alumnos (exámenes extraordinarios, repetición de curso, reválida, etcétera), con objeto de aumentar el rigor en el aprendizaje.
El mayor defecto (de tal calibre que, como dije antes, la hace rechazable) se produce como consecuencia de que, al no haber sido consensuada con otros partidos políticos, la ley refleja la ideología del partido que la impuso, que es, como se sabe, la del neoliberalismo. Así, además de imponer la religión (con un pasado tan negro ¿cómo se atreven?), establece la competitividad entre centros, introduciendo las tremendas discriminaciones de la sociedad neoliberal en la misma línea de salida de la vida de las personas: la infancia. No cabe mayor despropósito.

                                                                       Gijón, 16-11-2003


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