Parece que
según las autoridades educativas de Asturias poner los exámenes extraordinarios
en septiembre produce discriminación entre los alumnos al no poder determinadas
familias pagar los estudios del verano, así que deciden, consecuentemente,
hacerlos en junio, unos días después de terminado el curso.
Hay que
preguntarse qué idea tienen esos políticos de la realidad. En un mundo dominado
por el neoliberalismo económico que se rige por la ley de la competitividad, es
decir, la ley del más fuerte, se producen tremendas discriminaciones tanto
económicas como sociales y culturales. Para cambiar tal estado de cosas hay que
actuar sobre las causas y no sobre los efectos. Las posibles discriminaciones
que se producirían con los exámenes de septiembre (más bien reducidas, en mi
opinión) son una consecuencia y no una causa.
De todos
modos, esta equivocada decisión obedece a un error de concepto. ¿De qué se
trata? ¿De que los alumnos aprueben o de que aprendan? Si es lo primero,
pónganse los exámenes en junio, días después de finalizado el curso, así
daremos otra oportunidad a los profesores para que aprueben a más alumnos (o
mejor quitar los exámenes como sugieren algunos). Si de lo que se trata es de
que los estudiantes aprendan, como parece lógico, pongamos los exámenes en
septiembre, pues daremos al alumno la oportunidad de estudiar los temas que, o
bien por pereza o por necesitar más tiempo, no superó durante el curso. Y,
quizá lo más importante, le habremos dado la oportunidad de comprobar que las
cosas se sacan adelante con esfuerzo y con sacrificio.
Gijón, 22-11-2003
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