La ofensiva reaccionaria que
padecemos presenta varios frentes, uno de ellos el religioso. La Iglesia católica trata de
recuperar la influencia pública que tuvo en el pasado y para ello introduce un
discurso erróneo: pretende hacer compatible su fe con la razón, pero basta hacer
una simple reflexión para aclarar el malentendido.
La esencia de la doctrina
católica consiste en creer que los seres humanos nacemos con una culpa heredada
por la ofensa a Dios de nuestros primeros padres, Adán y Eva, culpa que nos
hace merecedores del castigo eterno. Dios, en su inmensa misericordia, se
apiada de nosotros y hace que su hijo se encarne, para lo que se vale de una
virgen. Jesús, hijo de Dios y de María, después de predicar la verdadera
doctrina, recibe la muerte de manos de los hombres, pero con su sacrificio nos
redime de nuestros pecados y nos da la oportunidad de salvar nuestras almas si
cumplimos los preceptos de la
Iglesia.
Es evidente que a esta teoría se
llega por la fe. La razón no sólo no entiende tal historia, sino que la rechaza.
Nuestro sentido de la justicia impide castigar a los hijos por el delito de los
padres, no concebimos castigos eternos y la misma idea de eternidad no resulta
entendible.
La conclusión que se saca es que
fe y razón nada tienen en común y haríamos bien en no confundirlas. Goya ya lo
advirtió de manera gráfica: “El sueño de la razón produce monstruos”. Este
aserto es fácilmente perceptible en la actualidad a poco que abramos los ojos y
la historia está llena de muestras. Claro, que aquí también tienen su antídoto;
no quieren mirar al pasado.
Dejemos la fe (el que la tenga)
para la vida privada y utilicemos la razón -el conocimiento, la experiencia, la
ciencia, la política- para nuestras relaciones públicas. En ese ámbito
tendremos alguna posibilidad de entendernos.
Gijón, 13-11-2006
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