Lo más llamativo, en mi opinión,
de la ceremonia de la entrega de los Premios Príncipe de Asturias fue el alto
componente ético de los discursos pronunciados tanto por los galardonados como
por el mismo príncipe. Valores como la solidaridad, la paz o la justicia fueron
tan reiteradamente mencionados como la necesidad de luchar para erradicar la
pobreza, la enfermedad y la incultura del mundo.
Seguramente es por eso que uno
percibe en estos casos el contraste entre lo mucho que hay que hacer para
arreglar el mundo, que va mal, y lo poco que se hace. Porque lo que resulta
obvio es que los problemas no se resuelven con discursos por muy necesarios que
sean, sino con políticas adecuadas y, si reparamos en la política que se hace
actualmente, vemos que ésta no puede ser más desastrosa.
Por citar sólo algún ejemplo en
este sentido me referiré al artículo de Luis Felipe Capellín, que publicó este
periódico el día 20 de octubre, titulado ‘Semana’, en alusión a la semana
contra la pobreza, donde denunciaba una tremenda realidad: la política de la Administración Bush ,
practicada, no buscando la paz y la justicia del mundo, sino en clave de
defensa de los intereses particulares de alguno de sus miembros.
Si nos fijamos en la política
doméstica, nos encontramos con un panorama surrealista: la utilización por
parte de un partido político con posibilidades de gobernar, y de medios de
comunicación afines, de problemas tan graves como la inmigración, consecuencia
de la pobreza, y de los terrorismos islamista o etarra con fines partidistas para
alcanzar el poder.
A la vista de esto y de más
ejemplos que se podrían poner, cabe hacerse una pregunta: ¿no estaremos
utilizando este tipo de actos para transmitir una imagen falsa de lo que
realmente somos?
Gijón, 21-10-2006
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