Uno de los factores que más
condicionan la sociedad en la que vivimos es la disparidad de criterios y
percepciones que tenemos de la realidad. Creo que ello se debe a lo que Jacques
Barzun expone en su libro ‘Del amanecer a la decadencia. Quinientos años de
vida cultural en Occidente (De 1500
a nuestros días)’. Su tesis es que en estos cinco siglos
hubo tal eclosión de ideas, sistemas filosóficos o propuestas de solución a la
convivencia (el amanecer) que, lejos de ir superándose unos a otros, están
todos presentes, creando confusión y crisis (la decadencia).
Esta realidad se puede apreciar
diariamente. Por poner un ejemplo, en este mismo periódico aparecieron con
fecha 11 de julio dos opiniones opuestas sobre los conceptos del himno y de la
bandera. Por una parte, el señor Cuenca en su artículo ‘Futbolerías’ se
congratula de que el himno español no tenga letra, con lo que se evita que “en
las grandes concentraciones de masas futboleras se exhiba esa impudicia
comunitaria que es el cántico desconcertado de muchedumbres”; por otra, el
autor de la carta ‘¿Hasta cuando un himno mudo?’ considera ese hecho
lamentable, lo que le produce pena al ver que en los eventos futboleros
“nuestra selección permanece muda al sonar nuestro himno”. En apreciación del
señor Cuenca, el cántico del himno provoca “un subidón ilusorio que dura lo que
tarda en llegar el primer contratiempo deportivo”; en cambio, el citado autor
encuentra que “los símbolos como la bandera y el himno son émbolos que nos
empujan a la grandeza”.
Es fácil deducir que en este
caso Cuenca tiene razón. Estos símbolos, al apelar a los sentimientos, no
conducen a la grandeza, sino al enfrentamiento (véase lo que pasa en Cataluña
con la senyera y con su himno Els Segadors). Lo que lleva a la grandeza son las
ideas.
Gijón, 13-7-2014
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