La carta publicada en este
periódico con fecha 24 de noviembre con el título ‘Religión’, en respuesta a
otra anterior mía, ‘Sobre la fe y la razón’, me parece del máximo interés pues
pone en evidencia uno de los mayores problemas que padecemos: la banalidad
imperante. Para la mayoría de la población los términos, los conceptos, las
ideas tienen poco interés y son utilizados, no en su justo valor y significado,
sino a conveniencia. Así, para el señor de la carta, la fe y la razón son
perfectamente compatibles, porque, al no ser él creyente (así lo afirma) y
concebir la fe como un objeto más de consumo a usar convenientemente (así se
desprende del contexto), no puede haber, efectivamente, el menor conflicto
entre ellas.
Considera a la Iglesia católica de utilidad,
pero no por la misión para la que fue concebida y que la justifica: propagar la
fe cristiana, sino por su interés social. “Algo tendrá de bueno cuando después
de 2000 años sigue existiendo” dice, pero también la ignorancia o la violencia
siguen existiendo desde tiempos inmemoriales y no son buenas. Confiesa que no
sabe la influencia que pudo tener la
Iglesia en el pasado, pero la intuye positiva (desconoce, por
ejemplo, el monopolio que ejerció la
Iglesia en España sobre la enseñanza y la moral durante el
régimen anterior y la repercusión que tuvo). Dice que el ser humano tiene la
necesidad de creer en algo “sea en la religión, la ciencia, el trabajo,
etcétera”, y en el dinero, digo yo, de manera que para este señor creer en Dios
o creer en el dinero es lo mismo.
Con estos planteamientos no es
extraño que tergiverse mi carta y atribuya al nazismo o al comunismo el ámbito
en el que yo proponía entendernos en vez de a la razón, o lo que es lo mismo al
conocimiento, la experiencia y la ciencia.
Una aproximación seria al conflicto entre fe y
razón se puede encontrar en el libro
‘Dialéctica de la secularización’ de Ratzinger y Habermas.
Gijón, 25-11-2006
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