La amenaza de un pastor
protestante de Florida de quemar libros sagrados musulmanes lleva camino de
provocar gravísimos disturbios a cargo de los seguidores del Corán. Por otro
lado y relacionado con el caso, en EE UU se ha desatado una virulenta polémica
entre los partidarios de construir una mezquita en la
Zona Cero de Nueva York y los que se
oponen. Estos hechos ponen de manifiesto una vez más lo que la historia ha
demostrado hasta la saciedad: que no debe meterse la religión en el debate
público, en la política. Ésta debe estar basada en la razón que duda, que
necesita argumentos, que debate en busca de una verdad esquiva, siempre difícil
de alcanzar, pero necesaria. Las religiones, basadas en la fe, el dogma, los
libros sagrados no dudan, imponen sus verdades y son, consecuentemente,
excluyentes.
El sistema democrático de
convivencia ha resuelto este problema relegando las religiones al ámbito
privado de las personas, pero los jerarcas religiosos son reacios a asumir los
valores democráticos (en las Iglesias no ha penetrado la democracia) y siguen
pretendiendo ocupar el espacio público. Véase, en este sentido, las recientes
declaraciones del arzobispo de Oviedo con motivo de la celebración del Día de
Asturias. Aprovechando el eco mediático que la ocasión le proporcionaba, lanza
su consabido mensaje represivo: no al aborto, no a la eutanasia, no al
divorcio, no al amor libre, etcétera. Pero lo más lamentable de este caso es
que un partido mayoritario, el PP, se sube al carro religioso, no se sabe si
porque todavía no se han enterado de qué va esto o porque ven en ello un
caladero de votos.
Finalmente, hay que criticar
igualmente la presencia de representantes de las instituciones públicas en
actos religiosos por las razones antes expuestas.
Gijón,
11-9-2010
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