A juzgar por las opiniones de
muchos analistas políticos, el mayor riesgo con el que nos enfrentamos,
provocado por el tsunami neoliberal, es que se lleve por delante la democracia.
Un síntoma alarmante es la polarización social que produce la crisis económica;
pero hay, quizá, un peligro mayor: el desprestigio creciente de la política.
En España se percibe claramente
en los valores emergentes que vienen de la mano de los partidos conservadores
en el poder y de sus medios de comunicación afines. Conceptos básicos de la
democracia como la derecha y la izquierda políticas, la justicia social, la
memoria histórica, los derechos humanos, el compromiso con lo público, el
respeto por las minorías, etcétera, están siendo sustituidos por los más
simples e inmediatos: emprendedores y no emprendedores, competitividad,
individualismo, privacidad, etcétera, todo ello muy en la línea del régimen
franquista en el que la política, que era considerada nociva, fue sustituida
por el criterio de “los que valen para mandar, mandan, los que no, obedecen”.
Quizá la causa de esta situación
se encuentra en el déficit cultural. Fueron los antiguos griegos, inventores de
la democracia, los que concibieron la política como la principal ciencia
humana, imprescindible para lograr una convivencia civilizada. A la política se
subordina la ética y ambas se construían sobre la filosofía, el conocimiento,
el saber. A partir de entonces la historia de la humanidad no hizo más que
girar en torno a estos conceptos, de tal manera que en los periodos en que eran
retomados –Renacimiento, Ilustración, Estado de Bienestar-, las sociedades se
acercaban al ideal de justicia, y cuando eran olvidados -Imperio romano, Edad Media,
totalitarismos modernos-, la humanidad caía en la barbarie.
Ya Cicerón definió la historia
como la maestra de la vida, pero los nuevos gurús desprecian la memoria histórica
porque, dicen, no es productiva.
Gijón, 5-3-2012
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