Creo que,
afortunadamente, son cada vez más las voces que se alzan denunciando el mayor
problema que padecen las democracias occidentales: la crisis de los partidos
políticos como consecuencia de la alarmante falta de democracia interna en los
mismos. El tema es particularmente grave, pues, se convierten en instrumentos
poco aptos para desempeñar el papel encomendado que es, fundamentalmente,
elevar el nivel de democracia en las sociedades.
Esta
situación, que se da en mayor o menor medida en todos los países (recordemos
las últimas elecciones presidenciales de Francia), en España apenas se puede
disimular, por mucho que pretendan los políticos y los medios de comunicación,
en general, pronunciando una y otra vez el discurso políticamente correcto. Se
manifiesta, sobre todo en el PP, donde se ha implantado un régimen caudillista,
por el que Aznar lo mismo designa sucesor, que impone la desastrosa política
exterior del país. En el PSOE, sin llegar a esos extremos, la situación creada
en la Comunidad
de Madrid, pone al descubierto las luchas internas entre grupos rivales para
conseguir cotas de poder. En Izquierda Unida, el mismo nombre de unida ya
resulta un sarcasmo (en Asturias la deriva identitaria de esta organización
hace que resulte también un sarcasmo lo de izquierda). Se podrían poner muchos
más ejemplos de lo que digo, que están en la mente de todos, aquí, en Asturias,
sin ir más lejos.
La conclusión
que habría que sacar es que, o la sociedad toma conciencia del asunto empezando
por los políticos (¿pueden?) y se toman medidas eficaces para corregirlo, o el
futuro que nos espera va a ser muy negro, pues, como es sabido, la alternativa
a la política es la mafia.
Gijón, 27-9-2003
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