Con motivo de la reciente
concesión del premio Príncipe de Asturias a la tenista Arancha Sánchez Vicario
se han venido emitiendo diversas opiniones en los medios sobre lo acertado o no
de la elección de dicha deportista para tal distinción, siendo la mayoría
favorable, aunque algunos hagan el matiz del escamoteo legal de pagar impuestos
al Estado mediante la pícara artimaña de fijar la residencia fiscal fuera de
España.
Yo creo que no debería haber
dudas al respecto. No es merecedora de tal premio. En una democracia como la
que pretendemos vivir todos los individuos somos personas, ciudadanos, y como
tales tenemos unos derechos y unos deberes, bien concretos, a los que estamos
obligados, de forma que se podría decir, simplificando, que lo que diferencia
una buena persona de una mala es que la primera cumple con sus deberes y la segunda
no.
Desde este punto de vista, el
que esta señora no pague impuestos, como es su deber, supone una razón de peso
para, al menos, no considerarla modelo de nada, ya que el concepto de ciudadano
antes aludido debe primar sobre el concepto de profesional. Somos ciudadanos no
profesionales y como tales nos relacionamos y como tales se nos debe juzgar. Si
realmente aspiramos a vivir en democracia tenemos que ser consecuentes con sus
normas.
Descalifiquemos, pues, no sólo
el mal comportamiento de esta ciudadana sino, sobre todo, al jurado que la
distinguió por evidenciar tan equivocados criterios para conceder premios.
Gijón, 7-10-1998
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