Hay personas que están muy
preocupadas por la homosexualidad. Hace unos días una de esas personas manifestaba
en esta misma sección la angustia que le producía ésta (“Homosexualidad”,
titulaba su carta el 26-2-05), y, después de hacer una serie de elucubraciones
mentales sobre su naturaleza (si se trata de una opción personal o es el
‘desarrollo alterado de la identidad sexual’, etc.), incluyendo la opinión de
“expertos en la materia” (baja autoestima, falta de madurez...), llega a la
conclusión de que se trata en realidad de una enfermedad necesitada de terapia,
y, ni corta ni perezosa, propone la creación de asociaciones que tengan por
finalidad reorientar la inclinación sexual de los homosexuales.
Esta sarta de necedades llevaría
a la risa o a la conmiseración si no fuera porque no son el producto de
erráticas fantasías de un individuo, sino que son compartidas por un colectivo
que tiene mucho poder en nuestro país y ejerce una gran influencia en nuestra
sociedad.
Haciendo una reflexión paralela,
se me ocurre pensar que este colectivo está formado por gente enferma. No es
una enfermedad real, pero se le puede asimilar por los efectos dañinos que
produce. Esa enfermedad tiene un nombre (es tan obvio que no hace falta
mencionarlo) y también curación, aunque ésta sólo depende de la voluntad del
paciente (la mayoría vive feliz con su enfermedad).
El 20-F los españoles hemos dado
un paso importante hacia la creación de un futuro que se llama ‘Europa’. Estoy
seguro de que muchos de los que votamos sí a esta Europa lo hicimos con la
esperanza de alcanzar un futuro que permita dejar atrás de una vez por todas
tanta necedad, tanto oscurantismo y tanta ignorancia.
Gijón,
28-2-2005
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