Con motivo de la intervención
militar llevada a cabo por varias potencias occidentales, entre ellas España, contra
el régimen de Gadafi, se han reproducido las manifestaciones del ‘no a la
guerra’ que tuvieron lugar en el 2003 como rechazo a la invasión de Irak. Si el
eslogan convocante es el mismo, las circunstancias son diferentes. La guerra de
Irak fue calificada acertadamente de ilegal, injusta e inhumana porque ni había
motivos reales para su inicio (éstos se sustituyeron por mentiras), ni tenía el
consentimiento de la ONU
y porque las consecuencias para la población iraquí fueron catastróficas (para
ésta el remedio –muerte y destrucción- fue peor que la enfermedad –dictadura de
Sadam-). El caso de Libia es diferente al estar situado dentro de un contexto
más amplio de sublevaciones de la población de distintos países del mundo
árabe, que tratan de deshacerse de los regímenes despóticos que la mantienen en
un estado inadmisible de opresión.
Por el bien, no solo de esas
naciones, sino también del equilibrio y la paz mundiales, es de desear que
estos movimientos lleguen al buen puerto de los sistemas democráticos, para lo
que resultaría imprescindible el apoyo económico de los países del primer mundo
a fin de que alcancen el estado de bienestar (el antecedente de España puede
ser un buen referente).
Cosa distinta es que las
manifestaciones contra la guerra se canalizasen en protestas contra la brutal
carrera armamentista, así como contra el cínico y vil despojo de los recursos
energéticos de los países árabes que practican nuestras pretendidas
democracias. Estos hechos ponen en evidencia cuán lejos estamos aún de la
verdadera democracia como ideal de convivencia.
Cabe una última reflexión al
respecto: las multitudinarias manifestaciones contra la guerra de Irak no
impidieron que ésta se produjese, lo que demuestra que con manifestaciones no
se cambia el mundo. Se necesita algo más.
Gijón, 29-3-2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario