Existe una
forma de entender la vida, que viene desde la noche de los tiempos. Consiste en
dividir a los individuos en ‘buenos’ y ‘malos’. Los ‘buenos’ van al cielo y los
‘malos’ al infierno; los ‘buenos’ creen en el Dios verdadero (los cristianos de
las cruzadas y de la
Inquisición ) y los ‘malos’ en dioses falsos (los infieles y
herejes); los ‘buenos’ fueron, en nuestra guerra civil, los Nacionales (los
sublevados fascistas), y los ‘malos’, los rojos (los republicanos demócratas);
los ‘buenos’ son los más patriotas, los más demócratas, etc.
Con la
llegada de la modernidad de la mano de la Ilustración se
demostró, racional y científicamente, que estos esquemas mentales son puro
disparate. Somos todos iguales, siendo las circunstancias (ambientales,
económicas, culturales, biológicas...) las que son diferentes.
Consecuentemente, de lo que se trata es de cambiar tales circunstancias por
medio de la política, la economía, la cultura...
En los
últimos tiempos estamos asistiendo a un rebrote de aquella mentalidad, que se
puso de manifiesto dramáticamente en el conflicto de Irak. Descubiertas todas
las mentiras utilizadas por varios políticos desaprensivos para convencer a una
sociedad semiadormecida por el bienestar y el consumo para invadir Irak, ahora
se esgrime como justificación que nuestra pretendida civilización superior está
en peligro merced a los bárbaros infieles.
No somos los
occidentales mejores que los iraquíes; somos, más bien, peores, porque nuestro
sistema democrático nos hace responsables de la tragedia en la que hemos sumido
a millones de habitantes de aquella zona. Los iraquíes no son más que víctimas
de una endémica situación política, histórica y cultural adversa, y, ahora, de
la acción depredadora de los autodenominados ‘buenos’, los demócratas
occidentales.
Gijón, 15-5-2004
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