La carta aparecida en este
periódico con fecha 22 de febrero bajo el título ‘Crítica en una dirección’
creo que ilustra con claridad la ofensiva involucionista que, en mi opinión, se
está produciendo en este país de un tiempo a esta parte. Concretamente, desde
que el PP gobernó con mayoría absoluta.
Así, su autor parece erigirse en
guardián de la ortodoxia de este periódico y, en nombre propio y en el de otros
a los que hace referencia como amigos y conocidos de tertulias, denuncia que
‘su’ periódico de toda la vida está dominado por, textualmente, “columnistas y
firmantes de la sección ‘Cartas al Director’ cuya crítica va dirigida siempre a
los mismos destinatarios: la oposición o, para variar, la Iglesia católica”.
El firmante de la carta muestra
su deseo de no aparecer como políticamente incorrecto. Pero la incorrección a
la que alude no es tanto política como democrática. Resulta incorrecto
solicitar al director de este periódico la censura de opiniones que no
coincidan con determinado lector o grupo de lectores por muy asiduos que se
declaren del mismo. Incluso desde el simple sentido común resulta incorrecto
pretender dictar a otros lo que tienen que criticar, en este caso los errores
del actual Gobierno y el peligro inminente de la implantación en nuestro país
de células radicales islámicas.
Es evidente que no tenemos todos
las mismas sensibilidades ni percibimos los mismos peligros. Para mí, uno de
los mayores peligros es que los deseos del autor de la comentada carta se
conviertan en realidad y se impida la libertad de expresión. Particularmente
soy sensible a este hecho porque he vivido los tiempos tenebrosos de España en
los que sólo un determinado sector de la sociedad tenía el monopolio de la
palabra. Por cierto, la
Iglesia católica formaba parte destacada de ese sector.
Gijón, 23-2-2007
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