Reivindicar las raíces cristianas
como signo distintivo de Europa tiene el mismo valor que reivindicar su pasado
esclavista, feudal, absolutista, nacionalista, romántico, colonialista,
etcétera, porque todos estos hechos condicionaron nuestra historia y siguen
influyendo en la actualidad en mayor o menor medida. Véanse, a modo de muestra,
los nacionalismos que sólo producen divisiones y enfrentamientos, por no hablar
de las guerras de religión que parece que vuelven.
Lo que le da a la cultura Occidental
su carácter de única y superior a otras culturas es el concepto de democracia.
Ésta no vino de la mano del cristianismo, que más bien la combatió y sigue
haciéndolo, sino que tuvo su origen en la Grecia clásica. Aún hoy asombra el nivel
alcanzado por el pensamiento y el arte de aquellos hombres, que supuso, sin
duda, uno de los mayores hitos de la historia de la humanidad. Fueron los
antiguos griegos los primeros en prescindir de los mitos religiosos y las
tradiciones ancestrales y usar la razón para explicar el mundo. Fueron, por
tanto, los inventores de la filosofía y la ciencia, verdadero distintivo de la
cultura Occidental.
El que estos valores no acaben
de calar en amplios sectores de la sociedad, es lo que impide la plenitud de la
democracia.
Gijón, 2-1-2010
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