Los premios Príncipe de Asturias
nos proporcionan la oportunidad de conocer de cerca y en directo las opiniones
de indudable interés de los galardonados. Especialmente valiosas me han
parecido este año las aportaciones de Giovanni Sartori, todas ellas alusivas a
un tema que por su importancia debería ser el centro de atención permanente del
debate público: el desarrollo y consolidación de la democracia en el mundo.
En su discurso parte de la
evidencia que la democracia surge históricamente en Occidente en el momento en
que la sociedad se independiza de la religión, para deducir a continuación que
el mayor obstáculo para la expansión de la democracia en el mundo lo
constituyen las sociedades teocráticas.
Desde esa misma perspectiva
aborda el gravísimo problema de la creciente inmigración en los países del
primer mundo para concluir que no se trata de asimilar a los inmigrantes, sino
de integrarlos, entendiendo por tal la adhesión de los principios
ético-políticos de la democracia como sistema político.
A este respecto se pregunta
Sartori: “¿Cuál es el elemento, el factor, que hace rígida, casi impermeable,
una identidad cultural?” Y se responde “A mí me parece indudable que es el
factor religioso, y más concretamente el monoteísmo, la fe en un Dios único que
por eso mismo es el único Dios verdadero”.
Y concluye Sartori su
disertación de manera contundente: “Así pues, ¿voluntad del pueblo o voluntad
de Dios? Mientras prevalece la voluntad de Dios, la democracia no penetra, ni
en términos de exportación (territorial) ni en términos de interiorización
(donde quiera que el creyente se encuentre). Y el dilema entre voluntad del
pueblo y voluntad de Dios es y seguirá siendo –por robarle un título a Ortega y
Gasset- el tema de nuestro tiempo”.
Gijón, 23-10-2005
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