Con el ánimo
sobrecogido por la información que nos llega diariamente del frente de guerra
de Irak, gracias al trabajo heroico y, como se ha visto, dramático de los
corresponsales de guerra, hemos llegado al final del acto, al menos del bélico.
Bush y sus dos acólitos han logrado su objetivo: acabar con el régimen de Sadam
Husein. La venganza del primero se ha cumplido y parece que el segundo
propósito, garantizar el suministro de combustible barato para mantener la
supremacía de EE UU como primera potencia mundial y, de rebote, asegurar el
nivel de consumo y despilfarro del primer mundo frente al segundo y tercero,
van por buen camino.
Es la misma
historia que se repite desde que tenemos noticias del hombre: grupos de poder usan
éste para obtener ventajas y beneficios. Antiguamente se hacía a la brava, sin
explicación alguna. Ahora se disfraza con retórica, aunque sea tan burda como
la empleada en esta guerra: guerra humanitaria, guerra preventiva,
desactivación de armas de destrucción masiva, implantación de la democracia,
etcétera.
Pero es
posible que haya diferencias notables respecto al pasado. Nunca antes una
guerra ha sido seguida en directo y con tanto detalle como ésta, y, por lo
tanto, nunca antes los ciudadanos hemos sido testigos del horror, el absurdo y
la barbarie de una guerra, de todas las guerras. La muerte de dos periodistas
españoles en este frente, los verdaderos héroes, que, por circunstancias
especiales resultaron particularmente entrañables (el hijo de Julio Anguita, el
político que más digna y enérgicamente luchó por la paz cuando estuvo de
coordinador general de IU, y el cámara de Tele-5, el canal de televisión que
más imparcialmente informó de esta contienda) aumentan el dramatismo, y, por
consiguiente, la condena a esta atrocidad.
Tampoco nunca
antes millones de personas salieron a las calles en todo el mundo a protestar
como en esta ocasión. La globalización funciona no solamente en la economía,
sino también en la solidaridad y la concienciación ciudadana.
Finalmente se
ha descorrido un tanto el velo que, con colores democráticos, medio cubre un
sistema político-económico, la globalización neoliberal, dejando al descubierto
nítidamente, al menos para algunos, el verdadero rostro que oculta: explotación
y barbarie.
Espero y
deseo que para el bien de nuestro futuro, los españoles hayamos aprendido la
dura lección y corrijamos el rumbo. Afortunadamente, lo tenemos fácil. No
necesitamos guerras para quitar a los malos gobernantes. Sólo hay que esperar a
las próximas elecciones.
Gijón, 12-04-2003
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