El Papa dedicaba estas
‘cariñosas’ palabras al país anfitrión, España, que le acogió con exquisita
corrección en su reciente visita. Casi seis millones de euros costó a los
españoles el evento.
Estamos ya acostumbrados a las
salidas de tono de Su Santidad y, si bien ésta no trajo las dramáticas
consecuencias de otras anteriores, ha dado lugar a justificadas protestas.
Porque es falso que en España exista en la actualidad laicismo agresivo y no se
puede comparar, por tanto, la situación actual con los años 30.
Nadie impide al clero ejercer su
culto y divulgar libremente sus creencias, no solo en los lugares asignados
para ello, las iglesias, sino en toda clase de medios (este periódico es una
buena prueba). El Estado español, es decir, todos los contribuyentes, sostenemos
económicamente a la Iglesia
católica con la generosa aportación de más de 6.000 millones de euros anuales.
Razón suficiente para que limitasen sus prédicas a sus creyentes y dejasen a
los no creyentes o de otras religiones organizar sus vidas según sus propios
criterios. No ocurre así, pues se oponen a derechos ya conseguidos o
reivindicados, como el divorcio, la eutanasia, el aborto, el matrimonio homosexual,
etcétera.
Respecto al significado de la
referida visita del Papa a España, me remito al excelente artículo publicado
por este periódico, ‘Los viajes de Pablo de Tarso y Benedicto XVI’ (11-11-10),
de Juan José Tamayo. Comparto con este teólogo la necesidad de que la Iglesia católica de un
giro de 180 grados en su papel en el mundo.
Gijón, 11-11-2010
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