En la columna publicada en este
periódico, titulada ‘Laicismo, cultura y religión’, se denuncia lo que su autor
define como “tosca campaña de laicismo militante alentada desde ciertos
estamentos del poder”. El argumento en que se basa para tal crítica es que
“todos pertenecemos a un ámbito cultural surgido a partir de una religión”. Y
da por sentado que este hecho hay que aceptarlo porque de lo contrario, dice,
“solo nos quedará el vacío”.
El autor está negando una de las
mayores conquistas de la Modernidad :
la libertad del ser humano para romper las ataduras y servidumbres que, desde
tiempos inmemoriales, han impuesto las religiones a los hombres. Este proceso,
que tuvo lugar en Europa desde el Renacimiento al Siglo de las Luces,
estableció la razón como base de la convivencia, en la esperanza de que, al ser
aquélla patrimonio común del género humano, podría facilitar el necesario
entendimiento, cosa que las religiones, tal como demuestra la historia, no
pueden lograr.
Existen una cultura y una ética
laicas que trascienden a las religiones. Son las que emanan de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos y que sirven de fundamento para las Constituciones
democráticas del mundo. Declaración que, es obligado decir, no es reconocida
por el Estado Vaticano, por lo que éste se inhibe de su cumplimiento.
Respecto al ámbito cultural católico,
que según el artículo tendríamos que asumir los españoles, se pueden decir
muchas cosas. Citaré solo una: fue ese ámbito cultural el que sirvió de base
para poner en marcha lo que se llamó Cruzada Santa contra la
II República española (fundamentada, por
cierto, en una Constitución democrática) y para tener durante los 40 años
siguientes sometidos a los españoles.
Gijón,
25-11-2010
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