martes, 19 de agosto de 2014

La utopía de la democracia

(Intervención en el curso de una manifestación del 15-M)

Al cumplirse un mes del inicio del movimiento de los indignados, es conveniente pararse a recapacitar a fin de orientarnos y enfilar bien el rumbo a seguir. Para ello tenemos que definir correctamente las referencias tanto de partida como de llegada, conocer qué fue lo que nos indignó hasta el extremo de tomar las plazas y las calles y perfilar qué modelo de sociedad queremos.
Lo primero es bien sabido: unas instituciones políticas que no representan al pueblo y que gobiernan de espaldas a éste, sirviendo preferentemente a los intereses de los ricos, a los intereses del mercado, al que no dudan en sacrificar a la ciudadanía. Unos políticos que no previeron la crisis que nos azota y que, en el colmo de la incompetencia, pretenden solucionarla a base de más mercado, más poder para los grupos financieros y más sacrificio para los ciudadanos y ciudadanas y para los trabajadores y trabajadoras. Es decir, aplican la receta los mismos que generaron la crisis.
Esta realidad pone en evidencia lo que cada vez más personas vemos: esta democracia está tan pervertida que es incapaz de dar respuesta a los graves problemas que la afectan. Es una democracia formal, porque tiene todos los ingredientes necesarios: Constitución, Parlamento, partidos, sindicatos, división de poderes, etcétera, pero está vacía de contenido porque le falta el alma, le faltan los ciudadanos y ciudadanas haciendo uso legítimo de sus instituciones.
Pero no podemos pasar por alto otro factor determinante del actual colapso: la inhibición de la ciudadanía ante sus responsabilidades democráticas. La democracia se define como el gobierno de los ciudadanos, por lo que es en última instancia sobre ellos sobre los que recae la responsabilidad de la gobernabilidad. El neoliberalismo imperante en el mundo está ganando la batalla política porque ha ganado previamente la batalla ideológica. Durante las últimas décadas ha utilizado los poderosos medios de comunicación para imponer su pensamiento, el pensamiento neoliberal que, de tan hegemónico, se ha empezado a llamar pensamiento único. Esto en parte explica que se esté votando masivamente, no solo en España sino en toda Europa, a los partidos que representan más radicalmente al neoliberalismo. En definitiva, aquellos sectores de la población, críticos con el actual sistema neoliberal, fueron derrotados porque no han sido capaces de unirse en torno a un proyecto común, con capacidad para constituirse en alternativa válida al neoliberalismo.
Ese es, precisamente, el difícil reto que ha de afrontar este movimiento: definir un modelo de sociedad justa y viable en torno al cual se vayan uniendo los ciudadanos y ciudadanas a medida de que se den cuenta de que el sistema actual está caduco, ya no aporta soluciones. Es decir, tenemos que definir el lugar utópico al que queremos llegar. Ya hemos dado un gran paso para definir ese lugar: es la democracia real. Precisamente el eslogan más emblemático del movimiento del 15-M es “¡Democracia Real Ya!”.
La democracia no hay que inventarla, ya está inventada. Hay que conocerla. Eso, creemos nosotros, debería ser el primer objetivo de este movimiento: conocer, practicar y divulgar una cultura crítica con el actual estado de cosas, promover los valores éticos de la democracia. Porque la democracia es una cultura y una ética, una forma de ver y entender el mundo, una filosofía de la vida. La democracia, que fue inventada por los seres humanos en Grecia hace más de 2500 años y que fue perfeccionada por los Ilustrados en el siglo XXVIII, quizás sea el único camino que se nos presenta a las personas para avanzar hacia unas sociedades y unas formas de vivir verdaderamente justas e igualitarias hacia los demás, así como respetuosas también con el resto de la vida del planeta y el medio natural que habitamos. No hay otra salida.
El conocimiento de la democracia, una labor que no se acaba nunca, es imprescindible para poder practicarla. Pero tiene otra virtud igualmente importante: permite la unión y el entendimiento, porque define un criterio para interpretar la realidad, establece un punto de vista desde el que examinamos, interpretamos y valoramos el mundo. Acaba con ese relativismo que nos paraliza al permitir discernir las cosas que son más verdaderas o más valiosas para la vida; unas verdades que no son exclusivas de nadie en particular, sino que han de ser compartidas por todos y todas.
Una definición válida de la democracia puede ser la dada por Carlos Fernández Liria en su libro “Educación para la ciudadanía”; es la siguiente: La democracia consiste en un espacio vacío donde se reúnen los ciudadanos para dialogar, es decir, razonar, argumentar y contraargumentar para llegar a acuerdos. De esos acuerdos saldrán las normas de convivencia. Por espacio vacío se entiende un espacio donde nadie tenga el monopolio de la palabra, donde todos y todas puedan hablar y todos y todas sean escuchados.
Por otra parte, la ciudadanía se reúne para razonar. Razonar es diferente que opinar. Se opina desde la pura subjetividad, desde los gustos, creencias y circunstancias más personales. En este espacio no nos entenderemos, porque estas circunstancias son diferentes en unos y en otras. Razonar significa colocarse más cerca del plano de la objetividad. Razonar es demostrar algo con argumentos y una demostración es algo que decimos por coherencia con lo que hemos dicho antes, de tal modo que podemos afirmar que lo que decimos se sigue por sí sólo de lo dicho anteriormente.
Para terminar, decir que la tarea que tenemos por delante es difícil, pero no nos van a faltar ánimos para trabajar y, como ya sabemos, este es un camino de largo recorrido.


                                                               Gijón, junio de 2011

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