(Intervención en el curso de una
manifestación del 15-M)
Al cumplirse un mes del inicio
del movimiento de los indignados, es conveniente pararse a recapacitar a fin de
orientarnos y enfilar bien el rumbo a seguir. Para ello tenemos que definir
correctamente las referencias tanto de partida como de llegada, conocer qué fue
lo que nos indignó hasta el extremo de tomar las plazas y las calles y perfilar
qué modelo de sociedad queremos.
Lo primero es bien sabido: unas
instituciones políticas que no representan al pueblo y que gobiernan de
espaldas a éste, sirviendo preferentemente a los intereses de los ricos, a los
intereses del mercado, al que no dudan en sacrificar a la ciudadanía. Unos
políticos que no previeron la crisis que nos azota y que, en el colmo de la
incompetencia, pretenden solucionarla a base de más mercado, más poder para los
grupos financieros y más sacrificio para los ciudadanos y ciudadanas y para los
trabajadores y trabajadoras. Es decir, aplican la receta los mismos que
generaron la crisis.
Esta realidad pone en evidencia
lo que cada vez más personas vemos: esta democracia está tan pervertida que es
incapaz de dar respuesta a los graves problemas que la afectan. Es una
democracia formal, porque tiene todos los ingredientes necesarios:
Constitución, Parlamento, partidos, sindicatos, división de poderes, etcétera,
pero está vacía de contenido porque le falta el alma, le faltan los ciudadanos
y ciudadanas haciendo uso legítimo de sus instituciones.
Pero no podemos pasar por alto
otro factor determinante del actual colapso: la inhibición de la ciudadanía
ante sus responsabilidades democráticas. La democracia se define como el
gobierno de los ciudadanos, por lo que es en última instancia sobre ellos sobre
los que recae la responsabilidad de la gobernabilidad. El neoliberalismo
imperante en el mundo está ganando la batalla política porque ha ganado
previamente la batalla ideológica. Durante las últimas décadas ha utilizado los
poderosos medios de comunicación para imponer su pensamiento, el pensamiento
neoliberal que, de tan hegemónico, se ha empezado a llamar pensamiento único. Esto en parte explica que se esté votando
masivamente, no solo en España sino en toda Europa, a los partidos que
representan más radicalmente al neoliberalismo. En definitiva, aquellos
sectores de la población, críticos con el actual sistema neoliberal, fueron
derrotados porque no han sido capaces de unirse en torno a un proyecto común,
con capacidad para constituirse en alternativa válida al neoliberalismo.
Ese es, precisamente, el difícil
reto que ha de afrontar este movimiento: definir un modelo de sociedad justa y
viable en torno al cual se vayan uniendo los ciudadanos y ciudadanas a medida
de que se den cuenta de que el sistema actual está caduco, ya no aporta
soluciones. Es decir, tenemos que definir el lugar utópico al que queremos
llegar. Ya hemos dado un gran paso para definir ese lugar: es la democracia
real. Precisamente el eslogan más emblemático del movimiento del 15-M es
“¡Democracia Real Ya!”.
La democracia no hay que
inventarla, ya está inventada. Hay que conocerla. Eso, creemos nosotros,
debería ser el primer objetivo de este movimiento: conocer, practicar y
divulgar una cultura crítica con el actual estado de cosas, promover los
valores éticos de la democracia. Porque la democracia es una cultura y una
ética, una forma de ver y entender el mundo, una filosofía de la vida. La
democracia, que fue inventada por los seres humanos en Grecia hace más de 2500
años y que fue perfeccionada por los Ilustrados en el siglo XXVIII, quizás sea
el único camino que se nos presenta a las personas para avanzar hacia unas
sociedades y unas formas de vivir verdaderamente justas e igualitarias hacia
los demás, así como respetuosas también con el resto de la vida del planeta y
el medio natural que habitamos. No hay otra salida.
El conocimiento de la
democracia, una labor que no se acaba nunca, es imprescindible para poder
practicarla. Pero tiene otra virtud igualmente importante: permite la unión y
el entendimiento, porque define un criterio para interpretar la realidad,
establece un punto de vista desde el que examinamos, interpretamos y valoramos
el mundo. Acaba con ese relativismo que nos paraliza al permitir discernir las
cosas que son más verdaderas o más valiosas para la vida; unas verdades que no
son exclusivas de nadie en particular, sino que han de ser compartidas por
todos y todas.
Una definición válida de la
democracia puede ser la dada por Carlos Fernández Liria en su libro “Educación
para la ciudadanía”; es la siguiente: La democracia consiste en un espacio
vacío donde se reúnen los ciudadanos para dialogar, es decir, razonar,
argumentar y contraargumentar para llegar a acuerdos. De esos acuerdos saldrán
las normas de convivencia. Por espacio vacío se entiende un espacio donde nadie
tenga el monopolio de la palabra, donde todos y todas puedan hablar y todos y
todas sean escuchados.
Por otra parte, la ciudadanía se
reúne para razonar. Razonar es diferente que opinar. Se opina desde la pura
subjetividad, desde los gustos, creencias y circunstancias más personales. En
este espacio no nos entenderemos, porque estas circunstancias son diferentes en
unos y en otras. Razonar significa colocarse más cerca del plano de la
objetividad. Razonar es demostrar algo con argumentos y una demostración es
algo que decimos por coherencia con lo que hemos dicho antes, de tal modo que
podemos afirmar que lo que decimos se sigue por sí sólo de lo dicho
anteriormente.
Para terminar, decir
que la tarea que tenemos por delante es difícil, pero no nos van a faltar
ánimos para trabajar y, como ya sabemos, este es un camino de largo recorrido.
Gijón, junio de 2011
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