Una de las consecuencias
negativas de la crisis es el grave deterioro de las instituciones democráticas
(partidos, sindicatos, Parlamento, etc.), siendo la Monarquía la más
afectada, que pasó de ser la más valorada hace unos años a la menos, lo que
podría llevarnos a plantear la posibilidad de la tercera República. Pero el
republicanismo no consiste sólo en tener un jefe de Estado electo, una bandera
o un himno, sino que responde básicamente a una filosofía, una forma de vivir y
de ejercer la política.
Concibe al hombre como ciudadano,
alguien que se identifica con la política, porque considera que la garantía de
su libertad estriba en el compromiso con las instituciones republicanas y en el
cumplimiento de sus deberes para con la comunidad. El ciudadano republicano
entiende la libertad, no como ausencia de intromisiones ajenas (la libertad
negativa de los liberales), sino como autonomía frente a la dominación
arbitraria de cualquiera (libertad positiva). Esa autonomía se basa en el poder
que proporcionan las instituciones políticas, las cuales establecen el autogobierno de los ciudadanos iguales: de
ellos proviene la ley que crea un espacio asegurado de igual libertad.
Puesto que la libertad está
ligada a la ciudadanía, el republicanismo concede la mayor importancia a la
virtud cívica, que puede ser definida como disposición al ejercicio activo de
los ciudadanos a favor de la política y del interés público. Comprende la
prudencia, la integridad moral, la austeridad, la responsabilidad por lo
público, la disposición a la deliberación, la solidaridad y el valor cívico.
Estos son valores necesarios
para la regeneración de la democracia, ya que es la falta de la intervención y
el control de los ciudadanos en la vida pública lo que produce la decadencia de
las instituciones, el desarrollo de los poderes arbitrarios privados y la
difusión de la corrupción. Justo lo que nos pasa.
Gijón, 10-5-2013
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