Uno de los rasgos más llamativos
que afloraron en España con la crisis es la desorientación y el desconcierto
político generalizados. No se puede considerar esto como algo novedoso, sino
que ya existía en las décadas anteriores, pero entonces permanecía oculto
porque, al ser los vientos económicos favorables, al ir subidos sobre la ola
del llamado capitalismo popular (todos nos enriquecíamos), creíamos que esto de
la democracia iba viento en popa a toda vela, es decir, desde la Transición , y por su
mero hecho, nos considerábamos demócratas de toda la vida. Craso error. Con la
crisis el espejismo se vino abajo y nos mostramos tal como somos: personas
carentes de cultura y valores democráticos. De ahí la desorientación y que
estemos dando palos de ciego. Pongo algunos ejemplos:
El sorprendente triunfo de Foro
en Asturias, empleando el más puro estilo populista. El triunfo por mayoría
absoluta del PP en España a pesar de los escándalos de corrupción, de sus burdas
mentiras y de ser el máximo valedor de las políticas neoliberales causantes de
la crisis. Y por parte de la izquierda, su incapacidad para unirse en torno a
una política alternativa -la hay, se trata de recuperar el papel del Estado
como regulador de la economía y redistribuidor de la riqueza- al
neoliberalismo. Es, pues, la falta de cultura democrática lo que nos incapacita
para hacer frente a la crisis y lo que nos impide reaccionar.
Conocido el diagnóstico, la
terapia parece clara: la educación democrática que pasa por la cultura
humanista. Son muchos los intelectuales que nos lo advierten, como la admirada
Martha Nussbaum que vino a Asturias a decirnos cosas como ésta: “La filosofía
tiene una capacidad única para producir una vida examinada, es una fuente de
razonamientos y de intercambio de argumentos”. No parece que los vientos
actuales soplen en esa dirección.
Gijón, 25-4-2013
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